Por: Aldo Barrios.

Por demasiado tiempo se nos ha inculcado la cultura de la sumisión ante la autoridad, donde el aparato de gobierno asume el monopolio de la fuerza, y legitima la represión en pos de la llamada “paz social”, la cual es siempre la que al Estado acomoda.

Los abusos de autoridad casi nunca son penados, todo queda en impunidad, cuando es evidente cómo las autoridades son las primeras en evadir el cumplimiento de las leyes. Y las instituciones encargadas de defender los derechos humanos son empleados a modo de las mismas autoridades, mercenarios del servicio público.

Es decir, no contamos en nuestro estado con un instrumento que defienda realmente –sin simulaciones– a la ciudadanía del abuso de la autoridad. La tan cacareada denuncia ante la autoridad es un albur, si bien te va terminas vivo, porque si mal denuncias hasta puedes desaparecer involuntariamente y ser parte de las estadísticas más negativas de esta gran nación.

Los constantes embates de los gobiernos en contra de la transparencia en la administración pública y los excesos económicos a expensas de nuestros impuestos son combustible que alimenta el descontento social. La inseguridad, los crímenes de estado, la nula procuración de justicia, la corrupción, la acumulación de capital entre la clase política y sus círculos cercanos en base a los negocios “legales” con presupuesto público también abonan a dicho descontento. Ahora le sumamos alzas irresponsables de impuestos y un discurso oficial que nadie cree (al más puro estilo Trump), el malestar se ha generalizado.

Estamos en una coyuntura política, económica, social y cultural –una más– que podría ser la semilla de una nueva forma de hacer ciudadanía, y, si nos ponemos positivos, de una nueva forma de “gobernar”.

El actual descontento social que han provocado las políticas económicas del régimen y las crisis que de ella están emanando ha dado fruto a una organización social no vista desde hace mucho tiempo en México. Quizá –como han supuesto algunos– se deba a que esta crisis en especial les afecta a las clases media y alta de manera más directa (en sus bolsillos) y produce estas reacciones que no se han visto cuando los derechos que el estado vulnera no les atañen de primera mano, quizá, pero de seguro no es lo único. Quizá la acumulación de tanta desfachatez y caraduría de las autoridades ha llevado a buena parte del pueblo (¡al fin!) al hartazgo total. No pretendo hacer la tarea de descubrir que es lo que más molesta a lxs que ahora se manifiestan, porque el malestar lo produce uno y el mismo: el gobierno y su distanciamiento con sus gobernados.

Mucho se ha hablado también de que “cada quién su lucha” con respecto a las organizaciones de la sociedad, en esta ocasión veo que hay más conciencia, se entiende que hay pasiones propias e intereses colectivos, que hay diferencias y que son bienvenidas, que no hay consenso pero se busca el acuerdo, se está practicando la democracia más cercana a la connotación original del término, incipiente sí, pero democracia, con sus asegunes sí, pero infinitamente más real (o en este caso quizá debería decir menos simulada) que la representativa que está en las cámaras.

Las asambleas ciudadanas se han vuelto cosa común en las últimas semanas. Claro, la falta de orden impera, la desesperación y la frustración se hacen presentes, hay gritos y arrebatos de palabra, pero se está haciendo y se está haciendo bien, con errores y defectos pero con sentido y compromiso. Con la idea clara de que no hay democracia sin la participación de la comunidad, de toda la comunidad. Y que la política es de todos, no sólo de los partidos políticos, esos entes parásitos que chupan gran parte de la riqueza de todxs lxs mexicanxs.

La desobediencia civil es una de las acciones emanadas de estas asambleas, un instrumento totalmente válido y que no debe asustar a nadie. La desobediencia civil es una respuesta no violenta, sin daño al patrimonio público (que es de todos, ajá), ni daño a terceros, aunque, claro, las tomas de calles y recintos públicos pueden afectar su funcionamiento habitual, la afectación tiene que ser mínima para la ciudadanía, aunque no así para las arcas de un estado que despilfarra y roba tan impune y cínicamente.

Como protesta que es la desobediencia civil tiene que ser pública, porque su función es apelar a la opinión de las masas, quienes supuestamente deciden sobre la legitimidad de las leyes, para que se evidencie que la ley propuesta por las autoridades en nombre de las mayorías carece de fundamento de justicia. Es decir, la desobediencia civil no propone cambiar el orden establecido, sino pretende que la justicia que él invoca sea aceptada como fundamento y por tanto revocar la ley.

La toma de calles y avenidas para manifestar el descontento es una forma de presión legítima contra el gobierno, así como la liberación de casetas de cobro en carreteras (inconstitucionalmente concesionadas a particulares), toma de oficinas fiscales, congresos, edificios de gobierno, boicot de pagos al estado, etc., etc.

Las tácticas disuasivas del estado contra la protesta social no han tardado en aparecer, pero la sociedad ya no se chupa el dedo, está más firme y más incrédula que nunca de la llamada “verdad histórica” (un eufemismo más usado con la arrogancia y el cinismo propios de una clase apartada por completo de la realidad del resto de lxs mexicanxs). Se conocen de sobra las sucias maniobras de los gobiernos y sus métodos de represión y amedrentamiento, la opinión pública ya no es la misma que hace 20, 10 o 5 años atrás, nuestra sociedad ha alcanzado cierta madurez que debe tener temblando a los malos gobernantes.

Esto apenas comienza y si las autoridades no escuchan las demandas de los ciudadanos esto va a crecer, porque la presente crisis es la conjunción de varias crisis que el mismo estado ha propiciado, y parece que México, al fin, ha despertado: padecer los peores gobiernos en décadas es lo que ha producido, al menos algo positivo han provocado estos miserables.

Concluyo recordando a Thoreau (que no es un pretexto neoliberal ni muchísimo menos): “Acepto de todo corazón la máxima: El mejor gobierno es el que gobierna menos, y me gustaría verlo puesto en práctica de un modo más rápido y sistemático. Pero al cumplirla resulta, y así también lo creo, que el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto; y, cuando los hombres (sic) estén preparados para él, ése será el tipo de gobierno que tendrán. Un gobierno es, en el mejor de los casos, un mal recurso, pero la mayoría de los gobiernos son, a menudo, y todos, en cierta medida, un inconveniente.”

Nuestros gobiernos son eso para el pueblo: un enorme inconveniente.

Somos muchos y seremos más…