Por: Pelao Carvallo.

(Texto resultado de muchas conversas en el mundo antimilitarista latinoamericano y del caribe).

Piñera no es incompetente ni llega tarde con las respuestas o soluciones, como le critica el republicanismo gobiernista y opositor en Chile. Es consecuente con una estrategia que la derecha latinoamericana ha ido desarrollando en el tiempo a través de sus prácticas políticas gubernamentales de los últimos tiempos: la idea de adelantar la crisis para administrar la crisis.

La demora de Piñera en atender la agenda social y la humillación hacia los sectores desfavorecidos que ha sido su tratamiento en el ejecutivo y el legislativo, el abandono policial de los barrios y poblaciones para fomentar el saqueo, la constante violación de los derechos humanos por parte del aparato represivo que justifican respuestas agresivas por parte de la gente que lucha y que construye un relato y vivencia de guerra, todo eso es parte de una forma muy práctica de conducir la situación hacia una crisis económica que tenga como resultado mediático y social la condena y culpabilidad de esa crisis a quienes protestan y se manifiestan y por otro lado, leyes mediante, la capacidad judicial represiva para encarcelar y mostrar mediaticamente como culpables a quienes portan capuchas, protestan, manifiestan o quieren cambiar las cosas.

Lo que vivimos en Latinoamérica es una actualización por la derecha de lo que Naomi Klein describe como “doctrina del shock”. Una doctrina del shock 2.0: ya no se trata de crear una conmoción para hacer reformas estructurales (que ya están hechas). Se trata de crear crisis que adelanten la confluencia de las crisis medioambientales, climáticas y económicas y que permitan por un lado detectar, identificar, reprimir, perseguir y ganar información sobre las resistencias a esas crisis (y gobiernos) y al mismo tiempo generar desconfianza y culpabilidad social como generadores de esa crisis sobre las mismas gentes que la resisten.

De algún modo en toda Latinoamérica y el Caribe tenemos ejemplos de esta estrategia, pero Ecuador y Chile son buenos ejemplos para resumir.  Tanto el “paquetazo” de Lenin Moreno como el “alza del metro” de Piñera eran evitables. El primero mediante (como le recomendaron) la conversión del paquetazo en una serie de “paquetitos” menos dañinos y menos concentrados temporalmente. El segundo no necesitaba del eco que le dieron ministros con discursos hirientes y malintencionados hacia los sectores populares o una represión desmedida a unas protestas que en sus primeros días no convocaban más que a un sector muy pero muy pequeño de la población (lxs estudiantes secundarixs) y a las que la combinación de represión y exposición mediática dio imagen y respaldo. El propósito doble de estas iniciativas gubernamentales era, si funcionaban, seguir con la población sometida y acatando. Si fracasaban, provocar el estallido social que les permitiera identificar a los y las recalcitrantes, resistentes y descontentxs con capacidad de acción. De paso, alinear a las policías y fuerzas armadas con la autoridad de turno (tanto Lenin Moreno como Piñera tienen que gestionar herencias progresistas en el ámbito seguridad y defensa).

Lo fundamental para estas estrategias no es lograr una adhesión al neoliberalismo, que ya está instalado, sino lograr una adhesión por nostalgia: generando una crisis económica local de la cual culpar a la oposición en la calle para que el resto de la sociedad, con el gentil auspicio mediático, extrañe, añore, los tiempos neoliberales donde todo era seguro y predecible, aunque no te asegurara ningún porvenir. Una nostalgia creada, a la fuerza, según este relato no por las medidas gubernamentales, sino por la oposición callejera y política hacia ellas.

Instalado eso, la represión selectiva posterior se hará más fácil, consensuada y aceptada. Los mecanismos represivos ejecutados durante las revueltas masivas, se volverán más específicas y afectarán no al conjunto de las protestas sino a quien se designe como sus autores intelectuales o profetas.

No es el único resultado deseable, también está el “empezar de cero”, instalar la sensación de que se está en un nuevo momento histórico social y que el sistema inicia los ajustes necesarios para funcionar mejor gracias a la expresión de las demandas sociales, las que serán interpretadas como un aporte “patriótico” de las masas movilizadas, porque en este relato la gente que protesta será leída como masa.

Así como es otro resultado deseable el empujar, poco a poquito, la línea de la militarización un poco más adelante cada vez, naturalizando tanto la participación de las fuerzas armadas en la represión como dando prerrogativas legales para esta participación, mediante un legislativo sometido a coacción por la manipulación mediática y de inteligencia de la situación: el despliegue de saqueos, permitidos, facilitados y coordinados desde los poderes policiales, militares, carcelarios y de la derecha política y económica, operativizados por funcionarios públicos y bandas delictuales, que desplazaron en el corto plazo a los legítimos saqueos de poblaciones sometidas al estrangulamiento económico del endeudamiento para la sobrevivencia alimentaria.

Esos planes, que buscan reajustar el consenso neoliberal, actualizándolo y reprimiendo las quejas sustantivas y a quienes la encarnan, por suerte se topan contra una crisis de la representación política que desnuda la separación entra la clase política, la república, y los sectores populares, el pueblo.  El pueblo reconoce que es una disputa contra la república, que es una oportunidad de provocar derrotas a las élites que le restituyen autoconfianza y autovaloración. Que puede, el pueblo, salirse del guion y reescribirlo, pasar de una simple actualización del neoliberalismo constitucional, a una solidaridad instituyente politizada desde abajo. He ahí el único efectivo obstáculo a estos planes de la derecha gubernamental y de las élites económicas, culturales, sistémicas: la capacidad de los pueblos de dar vuelta el escenario rompiendo con el mercado de las representaciones políticas, todas ellas, incluida las que se autocalifican de izquierdistas o progresistas.

Pelao Carvallo 6 de diciembre de 2019.

Este es un adelanto de un artículo que saldrá en Al Margen, la revista revolucionaria valenciana