“¡Ayúdame, we, ayúdame!”

“Dile que se revuelque, dile”

“¡Ayúdame, we, me muero, we!”

“¡Revuélcate nomás, we, revuélcate!”

Escenas de pesadilla, cuerpos incendiándose. Fueguitos desprendidos del fuego mayor que no son sino seres humanos en agonía. El tremendo calor acaba rápido con algunos, otros tardan un poco más. Los que corren con suerte tienen quemaduras de diverso grado, logran alejarse, sobrevivir. Se escucha un grito constante, sobresale entre los otros gritos. Un dolor que no cesa.

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Los dos días previos al fatídico viernes el Gobierno Federal había mostrado imágenes de tomas clandestinas en su conferencia matinal. Con fotografías tomadas con tecnología de punta se mostraba como, después de que “los traviesos” hacían el “pinchazo”, sobrevolaban el terreno primero un avión y después un helicóptero. Se hacía hincapié en como “las personas salían corriendo en distintas direcciones” con sus bidones en mano, al sentir la cercanía de los efectivos.

El mensaje hacía quienes perforaban los ductos fue: “orificio que hagan, orificio que taparemos”. El mensaje para la población era “no sigan ese juego, vamos a llegar pronto, y además es muy peligroso. No sean carne de cañón del crimen organizado”.

Se dice que más de dos casualidades dejan de serlo. Y en la teoría conspirativa todo cabe, también un pinchazo de viernes por la tarde. Sólo recordemos que la muerte de la Gobernadora de Puebla y su esposo fue la tarde del mismísimo 24 de Diciembre.

Se pincha pues un tramo “importantísimo, que surte a la refinería de Tula y que después abastece a varios Estados del centro”, en palabras del Director de Pemex. Es decir, si se cierra el tubo, por lo que sea, se genera desabasto. Se perforó además en un área de baja altitud, donde la presión fue tan fuerte que disparó la fuga del líquido a varios metros de altura. En esta ocasión no fueron decenas sino cientos de personas las que llegaron por algo de gasolina, a pié o en carros, del mismo poblado y de otros cercanos. Igual que en Acampay unos días antes.

¿Sabían, quienes hicieron el orificio, de la importancia del ducto? ¿Sabían de la gran presión?

Es claro que existe una respuesta del crimen organizado ante el “plan anti-huachicol” del Gobierno. Hacer el pinchazo y llamar a la población a llevarse el combustible es hacer un reto, es mandar un mensaje, es también seguirse congraciando con los pobladores, tenerlos de su lado.

¿Lo de Tlahuelilpan era sólo eso, un pinchazo más y la presión lo sacó de control? ¿Era la intención que llegaran cientos de personas, como forma de decirle al Gobierno que seguirían en lo suyo, también los fines de semana?

¿La gran explosión, la tremenda tragedia de decenas de vidas humanas, fue al azar, algo que tarde o temprano sucedería? ¿O es parte del mensaje? ¿Y si es así, cual es ese mensaje?

A pregunta expresa de que si se sabe sobre la actuación de algún grupo criminal en específico trabajando en la zona, el presidente se cobijó en el consabido “estamos investigando”. López Obrador ha mostrado en este asunto, como en otros, no querer la confrontación directa. “No vamos a resolver el problema con el uso de la fuerza” dijo esta mañana. Les llama “los traviesos”, pareciera que huye a llamarles criminales, crimen organizado. Y nombrar a un grupo delictivo por su nombre es generar el antagonismo con este, es declarar la guerra. Y lo evita, aunque quizá del otro lado ya se haya declarado.

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La muerte de decenas de personas es una tragedia, desde dónde se le vea. Lo es además, porque de la cadena del huachicol los muertos de ayer son la parte más endeble, mas sacrificable y menos culpable. Ni los pinchadores, ni sus jefes, ni los de más arriba, ni los policías, funcionarios públicos, personas del gobierno, de la paraestatal ni los empresarios cómplices están ahí, tendidos a un lado de la zanja. Los muertos y los sobrevivientes son víctimas, así hayan estado cometiendo un delito. Aquí, como en otros casos, no podemos ni debemos criminalizar la pobreza.

Ismael Cipriano.