Por Jonathan Maldonado.

El mes pasado que escribí sobre el sistema democrático toqué por encima el tema entre la lucha generacional entre los jóvenes y los viejos, más no desarrollé a profundidad  por miedo a sonar fascista y discriminador con un sector poblacional que sin mi ayuda ya es discriminado en distintos lugares, como las discotecas y la bolsa de trabajo, por ejemplo.

Sin embargo, parece ser que en un ambiente político, las personas mayores se han hecho del poder, para tomar decisiones que quizás para ellos y su mentalidad funciona, sin embargo no representan el esquema de necesidades para la mayoría de la población, cuya media de edad es de 26 a 35. Las generaciones jóvenes son excluidas y en parte marginadas por un sistema político en donde carecen de representación. A continuación me gustaría abordar dos caras de la democracia en función de la edad, la primera en referente a los votantes, la segunda en cuanto los servidores públicos.

Cuando inicié a escribir, recordé a un capítulo de Los Simpsons (quienes, al parecer, son los Nostradamus de los postmodernos) que trata de un toque de queda que imponen primero los adultos sobre los niños, quienes inspirados en Los chicos del maíz deciden vengarse de los mayores y contar sus más sucios secretos en una cadena de radio clandestina. Al final terminan con uno de esos musicales sin gracia donde se desarrolla una pelea generacional, para concluir con una participación de los ancianos, quienes deciden poner un toque de queda a cualquiera menor a 70 años para ser ellos los que se queden con la calle, mientras el resto pasaba sus noches encerrados dentro de sus casas.

Dicho capítulo, me recuerda a lo que sucede en un ejercicio político, donde se abre una brecha generacional entre los presidentes y sus gobernados, existiendo un desfase ideológico entre los ciudadanos jóvenes y los mayores, una exclusión del primer grupo sobre las decisiones del segundo, quienes basándose en ideales antiguos construyen un presente y un futuro que quizás no serán capaces de presenciar y al final de cuenta, los que cargarán con dichas decisiones y consecuencias serán las generaciones venideras.

Este tema no es nuevo, sin embargo, actualmente hay varios factores que lo traen a juego, la entrada de los medios digitales y la época virtual, propone un alejamiento no sólo tecnológico sino referente al estilo de vida entre las personas mayores y los millennials, término que al parecer se utiliza de forma despectiva para referirse a una generación que vive enfrascada en una existencia virtual y en un sistema de vida hedonista y despreocupado. Sin embargo, la presencia de las nuevas tecnologías propician que pase de moda el pensamiento de pasotismo político (no sustentado en la anarquía o en propuestas anti sistémicas, sino en simple apatía política), trayendo consigo una participación y una formación libre de los ideales políticos de las nuevas generaciones, quienes buscan un cambio que presente mejores panoramas posibles para el futuro.

Los jóvenes tienen ahora la necesidad de hablar por sí mismos y decidir sobre el quehacer político del país, sin embargo, existe aún una duda social entre sus capacidades para llevar a cabo esta responsabilidad. En México, por ejemplo, sorprende la forma en que fue recibida la propuesta lanzada por el Partido de Acción Nacional, sobre el voto desde los 15 años, edad que también se tomará en cuenta como la mínima para tomar puestos públicos.

Para mi sorpresa, dicha propuesta se tomó como una burla, que se expresó en diferentes comentarios en las redes sociales: “Rubí, por ejemplo podrá votar” o “Esto es una estupidez. A esa edad no son lo suficientemente maduros o preparados ni para votar ni para ejercer cargos públicos”, estos comentarios fueron recurrentes en los foros de discusión en medios virtuales, además de una contrapropuesta ciudadana para “legalizar a las de 16”.

A pesar de ser criticada, la propuesta del voto joven ya se ha visto en diferentes países de la Unión Europea, como Austria, Noruega, Chipre o Alemania. En América, Brasil fue el pionero en reducir la edad mínima de voto. Sin embargo, en nuestro país dicha idea aún no parece tomarse más que como una broma de los políticos de dicho partido. Me sorprende que, nos planteemos de tal forma la edad como un sinónimo de madurez o de preparación, cuando en la historia democrática de México, existen diputados como Carmen Salinas, Ana Gabriela Guevara y otras personas del medio del espectáculo, a quienes no se les pone en tela de juicio su pertinencia como representantes o como ciudadanos dignos de voto.

Habrá que pensar si las personas que cumplen 18 años son más capaces para ejercer el voto, porque no creo que por arte de magia al soplar las velas del pastel uno adquiera dicha madurez para ser considerado como ciudadano. La edad, al igual que el sexo o la raza, son contratos sociales que no implican características en cuanto a la capacidad para ejercer libremente como ciudadano. La educación, la preparación y la información, en su contraparte, si lo son.

El voto adolescente debería ser parte de una estrategia superior de apertura infectiva de la vida política y cívica de un país hacia personas desde temprana edad, un ejercicio que permita el flujo de información sobre el sistema político y gubernamental de la nación, abierto al debate y la discusión. No se trata solamente de permitirles a los jóvenes el voto, sino que se tiene que preparar un terreno en donde ellos puedan ser capaces de hacerse de un punto de vista propio en cuanto a temas públicos y sociales. Un ejercicio en donde se involucre tanto a la familia, como a las instituciones educativas, los organismos de gobierno y los partidos políticos. Un ejercicio para establecer una cultura política de la cual no sólo carecen los jóvenes, sino el resto de la sociedad, donde la apatía o la falta de información es una constante en la sociedad mexicana.

A pesar de lo que se piensa de la alienación de los millennials, son las generaciones más jóvenes las que sorprenden haciendo manifestaciones en contra de Peña Nieto en México o de Trump en Estados Unidos, son ellos quienes generan una resistencia que es menospreciada por los mayores, quienes piensan que no servirá para nada. En Estados Unidos los jóvenes salieron a las calles para manifestarse en contra de la presidencia de Donald Trump, bajo el canto de Not My President, se involucra una falta de identificación con el gobierno actual de dicho país, un desfase generacional entre quien gobierna y quien es gobernado y una indignación ante la imposibilidad de elegir sobre el futuro de su país. El sistema democrático pone en manifiesto una discriminación hacia las generaciones jóvenes, considerándolos, por su edad, poco aptos para ejercer el voto, considerándolos ciudadanos de segunda.

La edad es un factor discriminatorio en el hacer democrático, al igual que la discapacidad o lo que se vivió hace un siglo con el voto femenino, existen dudas sobre lo que determina que alguien pueda o no ser sufragista. La pregunta que nos tendríamos que formular es ¿Cuál es el factor determinante que provoca que diferentes sectores poblacionales estén excluidos del voto y otros no? Lo cual nos lleva a cuestionarnos sobre tan aceptable es el sistema que determina quién puede y quien no participar en un ejercicio democrático.

Si este factor fuese la madurez, se debería de poner a prueba también la lucidez de los sufragistas, y a ser justos, se debería de realizar pruebas anteriores a entregar una boleta electoral, en donde se mida la capacidad que tiene dicha persona a decidir el voto, un ejercicio que mida el nivel de compromiso público del individuo y su conocimiento sobre las propuestas y quehacer político de los candidatos y del país, una argumentación de su voto que como mínimo muestre que existe una convicción basada en la preparación del votante. Si se hiciera esto, a manera de examen de conducir, habría bastantes ciudadanos que en nuestro país se les negaría el derecho a votar, por falta de aptitudes.

Al abordar ahora a la otra parte de la propuesta panista sobre considerar a los jóvenes como material para cargos políticos, diputados, senadores, etc., nos topamos con una crítica fundamentada en la madurez y la preparación de los jóvenes para ejercer determinado cargo, es decir, las misma discriminación que enfrentan los jóvenes al salir de la universidad. Cabe apelar en este punto a una tipificación de discriminación en cuanto a la edad, sin embargo, en la constitución mexicana se considera discriminación cuando el solicitante de empleo supera los 40 años, antes de eso, no se considera como tal.

También en la constitución mexicana, se marca que existe una edad mínima para poder postularse como presidente a la república, 35 años al día de la elección, y en caso de diputados el mínimo es 21 años, sin embargo, no existe una edad máxima para postularse a un cargo público o peor aún no existe una serie de requisitos curriculares para hacerlo: trabajos anteriores, estudios universitarios, posgrados, investigaciones publicadas, actividades curriculares alternas que muestren el interés de dicho candidato a mejorar la vida del país, requisitos que más allá de la edad, nos hablan de la preparación de un candidato a ocupar un cargo público.

Sin embargo, está claro que socialmente la edad tiene una importancia clave en la vida política de un país. A nivel mundial, existe una media de 55,5 años en la edad de los mandatarios mundiales, mientras que la media de edad en el mundo es de 29,6 años. Un mundo prácticamente poblado por jóvenes (salvo países como Alemania o Japón)  los presidentes tienen un desfase alrededor de 25 años con la población, lo cual me lleva a preguntarme si en verdad estamos siendo representados políticamente o simplemente formamos parte de un sistema que favorece a los mayores, ¿qué pasa con las fuerzas jóvenes políticas? O solamente son requeridas al acercarse periodos electorales, para pegar publicidad, levantar encuestas casa por casa y pararse en los cruceros a ondear banderillas de los candidatos en turno.

La política debe de expandir sus fronteras en tanto a la edad, para poder funcionar como un ejercicio democrático en forma, en donde no exista tanto desfase entre lo que pasa dentro del Senado y fuera de él. Lo jóvenes políticos en el mundo, sin escasos, aunando a esto que las oportunidades que se les presentan son pocas y la credibilidad que tienen es reducida.

Legalmente o socialmente, existen diferentes trabas para permitir a los jóvenes integrarse de forma directa a la vida política de un país como México, habrá que entender de una vez por todas que ni la madurez, el liderazgo o en su contraparte, la inexperiencia, no dependen directamente de cuantas velas se soplen en el pastel de cumpleaños y menos en fechas recientes, donde la calidad de vida ya supera los 80 años y vemos a personas de más de 40 años con crisis de edad y actitudes que se consideran más de chicos de secundaria. La vida nos descubre en una adolescencia perpetua.

Si actualmente tenemos a diputados, funcionarios y presidentes con una inteligencia emocional de un niño de cuatro años, y que hacen del Congreso un patio de secundaria (pública), qué más da que se les sustituya por chicos de 17 años, quienes estén más conscientes de las problemáticas de su generación, quienes puedan aprender, incluso más rápido que el actual secretario de Relaciones Exteriores de México. El asunto es, que la edad y todas las cosas relacionadas a la misma tienen un vínculo social arbitrario, sin ningún fundamento más que un contrato social que así lo dice. Alejandro Magno inició su imperio a la edad de 20 años, María de Escocia fue nombrada reina a los seis días de nacida, Mozart a la edad de ocho años había compuesto ya su primera sinfonía. No creo que exista algo que impida a los jóvenes tomar las riendas del futuro de una nación.

Al considerar un parlamento con una participación activa de los jóvenes, me gustaría fantasear sobre cuál sería el futuro de las propuestas en tanto a la igualdad de la mujer, medidas en contra del racismo, o desde cuando se hubiera aceptado los matrimonios igualitarios, los derechos de identidad-transgénero, el aborto, la eutanasia, la legalización de drogas, y la participación de la iglesia católica dentro de las decisiones políticas de un país, como se tomarían los asuntos migratorios o las políticas medioambientales. ¿Se aceptarán dichas medidas con más facilidad, o el resultado será exactamente igual?

Existe una brecha generacional entre la agenda política de millennial y el punto de vista ante dichas situaciones por las personas de edad, quienes, por desgracia, son los que deciden hacia donde se dirige el panorama político de cada país y del mundo, incluso en algunas ocasiones tienen una opinión en cuanto a mi propio cuerpo, lo que uso, con quien tengo sexo o con quien me quiero casar, a quién quiero adoptar, que es lo que me quiero operar, cuestiones que no deberían de importar a nadie, más que a mí, pasan a formar parte de una censura gubernamental.

Los jóvenes somos, tanto en guerras, como en época de paz la carne de cañón, los peones que sufren las consecuencias de lo que dijo algún anciano en alguna oficina, firmado por otros ancianos, quienes consideraron que es la mejor decisión, para su corto futuro, para su propia agenda, para sus propios intereses, mientras que las generaciones que vienen se quedan sin trabajo, sin educación, peleando guerras que no nos interesa pelear con enemigos que ni siquiera conocemos  o quizás, mientras todo esto pasa, nuestra generación permanece dormida, revisando las notificaciones en instagram, destinados a que nuestra capacidad de elección no pase más allá de decidir qué es lo que queremos poner en nuestro subway, o el sabor que tendrá nuestro café de Starbucks.

Al contarle a una amiga sobre este escrito, ella me comentó su teoría conspiratoria que pone a los viejos tras las aerolíneas lowcost, y las compañías hoteleras que hacen muy fácil a un joven cualquiera viajar por el mundo, como yo por ejemplo, para salir a conocer y aislarse en una vida de diversión y hedonismo, “A quién le conviene que los jóvenes se distraigan y permanezcan aletargados”, me dice, “a ellos, a los ancianos”, quizás mi espíritu millennial no quiere creer esta teoría porque me eso de volar a bajo precio, pero el caso es que los jóvenes deberíamos de terminar con este buen rollito hipster y empezar a tomar las decisiones que delegamos a los demás. Los mayores, mientras tanto, tienen todo el derecho, o será que en algunos casos ya será obligación, de jubilarse de tomar un crucero por el caribe, de perderse en las pistas de baile en discotecas de las Vegas o de Ibiza, de vivir la vida lejos de la política y más cerca de la diversión.

Si hay artistas como Madonna, Iggy Pop, Alaska, Cher o los Pet Shop Boys, que siguen moviendo masas de jóvenes a las pistas de baile, porque no podemos encontrar jóvenes que controlen cada vez más y más la vida política del mundo. Tal vez la edad ya pase a ser un dígito más sin importancia, cuando tenemos también un caso de completa compenetración intergeneracional con políticos como Sanders, quien logró ganarse el apoyo de los universitarios en EUA, a pesar de sus 75 años, quizás este es un ejemplo de que vejez o la juventud deba de dejar de ser una constante de segregación y discriminación en la vida pública. Es nuestra responsabilidad que la edad sea una de esas últimas barreras que se vengan abajo en todos los ámbitos de la vida, pero más en la democracia, para ser partícipes de un sistema inclusivo y abierto a nuevas propuestas, a nuevos caminos. Quizás ya va siendo hora de romper el esquema que marca lo que puede o no hacer un joven por ser joven o lo que debería o ya no debería de hacer un anciano, sólo por ser anciano.