Por Jonathan Maldonado.

Hace aproximadamente un mes murió Bimba Bosé, conocida en México por ser la sobrina de Miguel Bosé, admirada por mí por su carrera como modelo, cantante, actriz y celebriti española, sobre todo, por su personalidad y estilo andrógino que servía de maravilla para modelar en la pasarela de David Delfin y cantar junto a Alaska y Mario, al final de la misma. Bimba es para mí una más de las representaciones de como lucirá el humano del futuro, cuando todas estas cosas sobre sexualidad, género y etiquetas se caigan de una vez por todas y podamos ser libres para ser como queremos ser.

Sin embargo, los comentarios desatados en twitter tras la muerte de Bimba, me deja muy claro que esa libertad que imagino es un discurso aún muy lejano para la actualidad. Incluso de los avances de la humanidad, como las redes sociales son el ejemplo de un retraso en ese futuro de inclusión cuando son usadas como la ventana para desplegar cadenas de odio y discriminación, lanzarlo al mundo desde el anonimato y la seguridad de una computadora o smartphone. Como el caso de Bimba, he visto varios comentarios nefastos contra personas o grupos étnicos, que se contraponen a la idea de integración, para descubrir que el odio sigue ahí, latente, esperando junto a las mochilas de plástico o las hombreras para volver a estar de moda.

El internet funciona como cuna para albergar a un sinfín de expresiones muy variadas que nos dan la idea de una inclusión y aceptación total de identidades, sin embargo, dentro de este cúmulo de información que se maneja en internet, existen varias opiniones que parecen indicar que, en vez de ir caminando hacia la empatía, estamos viviendo un retroceso, una vuelta al fascismo disfrazado de “una opinión personal, como la tuya”.

En dado caso, esto supone duro el despertar  de esta burbuja de empatía que se veía tan tangible, por ejemplo, en la  era Obama cuando en cualquier lugar del mundo (salvo la Rusia de Putin) los principales edificios eran iluminados con la bandera del arcoíris, dibujando un espejismo de unidad, integración y solidaridad, sin embargo, antes de las calles, el internet sirvió como plataforma para expresar anónimamente las incomodidades de este buen rollito hacia las minorías, que por un momento parecíamos llevar el gane: temas como los migrantes o refugiados, el feminismo, la homosexualidad, los musulmanes o el peso de Britney Spears son lo necesario para empezar una red de mensajes, comentarios, memes, blogs y vlogs donde todos descargamos un poquito de mala leche y poco a poco, tweet by tweet vamos construyendo de nuevo los muros para dividirnos.

Hoy la Casa Blanca ha vuelto a ser BLANCA. Desde su interior, un diminuto ser con un teléfono anticuado (el teléfono y el individuo), consigue preámbulos de guerra con que a cada tweet que publica. Cada tweet de Donald Trump no hace más que debilitar la estabilidad política de su país, desatar alguno que otro conflicto o malentendido mundial y de vez en cuando cargarse la economía de México. Sin embargo, qué es Trump sino una representación empoderada del odio que se manifiesta en cualquier lugar del mundo donde exista una computadora o un spartphone conectado a internet y una persona enojada que lo controle para despotricar contra algo o alguien, de lo más diminuto, a lo más importante, listo para defender su punto de vista, sin fijaciones de las pluralidades del mundo, o de las leyes básicas de la gramática y ortografía.

Quizás aún no somos lo suficientemente maduros para abogar por la empatía, o lejos de eso, no estamos a un nivel de evolución necesario para que nos dé exactamente igual si alguien en Uganda quiere abortar o si una chica en Francia quiere ponerse un burkini para ir a la playa, sin que la red explote de comentarios, burlas que muchas veces traspasa la simple línea de la opinión personal para convertirse en odas al machismo, la intolerancia y la violencia cibernética.

Más, ¿cuál es el encanto hablar mal de alguien en las redes? ¿Cuál es el premio por criticar y destruir la imagen de alguien? ¿Qué ganan las personas que deciden dedicar un minuto de su tiempo en escribir en menos de 140 caracteres mensajes de odio en contra de una religión o personalidad de la televisión? ¿Por qué todos tenemos esa necesidad creciente de echar nuestra mala leche en el internet? ¿Cuál es la línea de divide un comentario sarcástico y de humor negro con una ofensa grave a la integridad de otra persona? ¿Se debería de penalizar la violencia cibernética de la misma manera que la violencia física? Y sobre todo, ¿Serán las tías con sus mensajes de “Qué guapo está mijo” las encargadas de poner un contrapeso al odio y distopía electrónicas? Si es así, ¿Deberíamos de contratarlas, como plantas cibernéticas para mejorar el aire que se respira en internet?

La migración de la vida física hacia las plataformas virtual es una constante, un movimiento de ideas, pensamientos, gustos musicales o frivolidades del día a día, la red nos da la “libertad” de compartir cualquier cosa para que el mundo entero lo vea, comunicarse con cualquier persona dentro de la red o crear un desdoblamiento de identidad para convertirnos poco a poco en el avatar que siempre quisimos ser. Yo estoy muy a favor del papel de la red como una construcción artificialidad y el desdoblamiento de la realidad, sin embargo, más allá de las selfies en los sillones o de los videos de gatitos graciosos, el internet también es el medio perfecto para distribuir noticias falsas o para cualquiera que esté dispuesto a creer en el encabezado, también es la herramienta de grupos reaccionarios para difundir sus cadenas de odio y sus mensajes de “supremacía social”.

Y es así como la libertad que tenemos nosotros para compartir la fotografía de nuestra mascota y poner 20 hashtags es la misma libertad que tienen los grupos extremistas para compartir sus ideales, para insultar y opinar sobre cualquier tema en un blog de noticias. Al final de cuentas, esta es la gran ventaja y desventaja de las redes, ser el medio de expresión más democrático que ha existido, donde cualquier ente puede opinar sobre cualquier cosa, sin reparo en la veracidad de su información o sin la ética necesaria para razonar antes de subir un mensaje o compartir un meme o video que denigra, directa o indirectamente a algún individuo o grupo de individuos.

El odio como ideología no es algo que viene a cuenta desde las redes sociales, si bien, ahora parece más constante y normalizado el bullying on-line, el cyberodio es una mutación virtualizada de algo que vamos cargando los seres humanos desde siempre. El odio es esa partícula que todos cargamos dentro pero que nos resulta penoso aceptarla, es por eso que la negamos como sociedad, hasta que llega algún Hitler o Trump para encender unas chispas que desata un incendio de intolerancia y violencia contra algo que resulta diferente, por ende, equivocado.

¿El odio es miedo a lo desconocido? ¿El odio es miedo a lo mal-conocido? Entonces el odio es la herramienta y filosofía de la ignorancia. Qué pasa cuando este odio se vuelve una ideología y avanza de las redes sociales a las calles, a los campos de guerra y desata holocaustos. Quizás con la muda de nuestro mundo rumbo al internet, las redes sociales son otra guillotina anónima para cortar las cabezas  con la excusa de que un tweet es inofensivo, sin embargo, dicho mensaje sólo es la prueba de que existe una ignorancia creciente, que desata en intolerancia.

Tratar a un tweet, como una guillotina suena algo ridículo cuando se habla en voz alta, sin embargo, el peso mexicano se balancéa en torno a los tweets de Donald Trump, además de otras cosas que se desbalancean cada que este anciano se escapa de su niñera y agarra su viejo celular. El odio, al igual que las páginas de DIY o la pornografía han encontrado su cuna en las redes sociales, pero a diferencia de estos últimos, éste promueve una ideología separatista que impulsa a la violencia y a la vez a la imposibilidad del diálogo, para construir una ideología que concibe a la discriminación como defensa de lo propio, una elevación cegada de nuestros ideales que nos lleva a juzgar e insultar cualquier cosa que nos resulte extraño. Es odio lo que muchas veces en redes sociales se disfraza de comedia o humor negro, sin embargo, no se sabe cuáles son la frontera entre comedia y violencia, baja hacia las escuelas, convertidos en campos de guerra, donde la tecnología es otra manera de humillar y separar a las personas y hacerlas sentir inferior.

En un terreno legal, éste tema ha llegado a activar una preocupación en los gobiernos, quienes mencionan la obligación de los dueños de las redes sociales sobre la obligación que tienen estos a censurar y eliminar contenidos violentos, mensajes fascistas o noticias falsas. En recientes días, por ejemplo, en Alemania la canciller Angela Merkel promovió una ley para responsabilizar a Facebook y Twitter de la información que circula en su red social, argumentando que si bien, es un medio por el cual circula una innumerable cantidad de contenido, entonces debería de aceptar las responsabilidades que conlleva, por ser un medio de comunicaciones como cualquier otro periódico o televisora al transmitir información falsa o apologías de la discriminación.

La propuesta menciona una multa de 500 mil euros por  no atender y eliminar cada caso de contenido sospechoso y violento de las redes sociales, y también una multa a quien subió dicho material a su cuenta. Esta medida viene tras revelarse un estudio que muestra que tanto es el material eliminado de las redes sociales por ser sospechoso, en donde Twitter se localiza con un 1% de contenido denunciado, Facebook con un porcentaje de 39 %, muy por debajo de Google, quien alcanza un 90% de eficacia para eliminar contenidos denunciados por los usuarios.

A esto, la empresa de Zukenberg mencionó que se siente muy decepcionado por los resultados de dicho estudio, y se comprometió a poner en marcha estrategias para la revisión de contenidos ofensivos, y eliminar los mensajes de odio de sus redes sociales, promesa que ha intentado cumplir al anunciar a la brevedad posible el lanzamiento en Alemania de un sistema para mejorar su asertividad ante dichos mensajes de odio y noticias sospechosas, a la par de la contratación de más personal para analizar personalmente los casos de dichas renuncias.

Estas medidas sugeridas en Alemania, vienen a hablarnos de la preocupación real del gobierno ante las redes sociales, tras ver el nivel de pertinencia que tienen hoy por hoy en el proceso democrático o a la credibilidad de tal o cual candidato, pues las redes tienen en mayor inferencia que cualquier televisora o periódico de renombre. Un ejemplo de esto, es lo ocurrido con las elecciones en Estados Unidos, donde una de las causas de la pérdida de la candidata republicana fue precisamente las noticias falsas (o verdades alternativas) que se desplegaron en las redes sociales, mismas que vinieron a debilitar su imagen y por ende, comprobar que lo publicado en internet, más allá de su veracidad, impacta realmente en el voto de los ciudadanos.

De esta forma, el gobierno encuentra en la censura y castigo la respuesta ante la problemática de las redes sociales, sin embargo, no estoy tan seguro de si estas tácticas frenarán el odio y las calumnias en internet o si sólo funcionarán para crear nuevos canales más indetectables o sutiles para continuar con el odio y la discriminación, mientras que dicha censura en verdad representa un retroceso en la libertad de expresión y a ese sentido democrático al que me refería en párrafos anteriores. Ante esto, hay que preguntarse, ¿qué pasará cuando el odio, al igual que en la tele o los periódicos sea censurada de las redes sociales e internet? Sólo encontrarán otra válvula de escape para hacerse notar, porque en este caso, no se ataca al odio, sino a la plataforma donde se exhibe, paulatinamente, este mutará y se apoderará de otro medio para hacerse notar.

Sobre las redes sociales, el sociólogo de Ciudad Gótica, Zygmunt Bauman dedicó sus últimas entrevistas a filosofar sobre la imagen de las redes sociales en esta realidad líquida que vivimos. En una de ellas otorgada al País en enero del año pasado, menciona  que “Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa”. En otras entrevistas más recientes, el escritor menciona que las redes sociales se sustentan por nuestro miedo a la soledad, por ende somos solitarios eternamente conectados.

Si se toman las palabras de Bauman, debemos de entender el hecho de que las redes sociales, en vez de unirnos con otras culturas y personas, nos encierran cada vez más en una soledad y en un abismo donde no existe la posibilidad al diálogo, puesto que nadie está dispuesto a cambiar de opinión sobre sus temas. En este caso considero su opinión, sin embargo, no creo que las redes sociales como plataforma deban de ponerse en el paredón de fusilamiento por todo lo que las personas escriben ahí, si no existieran seguro se encontraría otro medio para difundir la filosofía del odio.

Como con cualquier otra adicción, las redes sociales no son dañinas por sí mismas, sino por el mal uso que se les da. Por ende, pese que a la solución más fácil sería censurar a las redes sociales o multar a los mensajes de odio, esto no hará que el racista cambie sus ideales fascistas, sino que los reprima hasta que no le quede otra alternativa más que explotar. La solución más profunda está en la educación, en la cultura que se impone a cada individuo para hacer uso correcto de las redes sociales y de su derecho a expresar su opinión. Porque como lo he mencionado anteriormente, la ignorancia es la puerta hacia el odio, es el primer paso hacia la discriminación y la violencia de género, la educación social será en este caso, la manera de avanzar a delante, rumbo a ese mundo que siempre Bimba me ha hecho sonar.

Como solución personal, yo me dispongo a seguir las enseñanzas y concejos de Yoko Ono (otra mujer injustamente odiada), quien en su obra Pomelo (Libro de instrucciones), propone una forma de rescatar la paz, empezando por pequeñas acciones, ¿Qué tal si durante 15 minutos no hablamos mal de nadie? Y después de esos 15 minutos, podríamos intentar no decir nada malo de alguien en una hora, un día, una semana, un mes, un año, y de ahí, que tal si probamos no twittear nada malo de nadie, nunca.

jonathanmaldonado.nm@gmail.com