En qué ciudad vivo en cuyo verano, a la menor provocación, se alcanzan los 50 grados centígrados de sensación térmica.
 
Qué ciudad es esta si, a pesar de ello, cada 3 años, cada 6 años, cada 10 años debemos salir a defender un parque, un área verde, de su destrucción parcial o total, de su división, de su intervención.
 
Los argumentos desde hace 10 años hasta hoy han sido en apariencia muy válidos. Pudiera ser hasta políticamente incorrecto oponerse a la construcción de un museo, de un teatro, de un parque para perritos. Quien, en su sano juicio e instalado en la vanguardia tan en boga se opondría a cualquiera de estos proyectos.
 
Cada quien, por supuesto, defiende su pedacito. Hace 10 años algunos artistas plásticos defendían la construcción del MUSAS a pesar de que ello significara la destrucción del Parque de Villa de Seris. Hace tres años, algunos teatreros defendían la construcción de un teatro dentro del Parque Madero, no obstante el impacto que una construcción así, por pequeña que sea, implica en un área verde. Hoy algunos animalistas defienden la instalación de un parque canino dentro del mismo parque a pesar del evidente impacto ambiental, la segmentación y el uso exclusivista que se pretende para un área que es usada por varios grupos, organizaciones, familias y vecinos en general.
 
Puedo estar equivocado, pero yo también defiendo mi pedacito.
 
Mi pedacito es un área verde con pasto fresco y árboles frondosos, sin más cercas que las que ya tiene, al que puedan ir desde los boy scouts hasta las yoguis, desde la parejita enamorada hasta mi vecina con sus tres perros. Mi pedacito es que esa área verde siga siendo verde para todos, que siga aportando su granito de oxígeno a los hermosillenses, que como hasta hoy podamos voltear y descansar la vista y el espíritu del ruido de coches, casas y cables.
 
Que siga, en suma, ayudando a atemperar los democráticos 50 grados, esos que sí son para todos.
 
Yo digo sí al parque canino, pero no dentro del Parque Madero.
Ismael Cipriano.