Hablar nos vuelve vulnerables, pero también más fuertes para enfrentar los sentimientos y expresarlos sin importar la reacción del interlocutor. Decenas de veces los pacientes dicen que con su madre o su padre no se puede hablar, que su hermano es imposible, que la jefa no escucha a nadie y no es empática, que la pareja parece autista y todas las noches llega exhausto diciendo que no es buen momento para conversar.

No poder nombrar las cosas importantes las vuelve mucho más difíciles de manejar.

El silencio más dañino es el que surge de la opresión, que ve una amenaza en el desacuerdo o en la divergencia de las voces minoritarias. Primero impuesta desde afuera y luego desde adentro. James Baldwin le llamó opresión internalizada: “No fue el mundo mi opresor, porque eso es lo que hace el mundo, pero si lo hace suficiente tiempo y de modo efectivo, comienzas a oprimirte a ti mismo”.

Audre Lorde, poeta, ensayista feminista, ícono lésbico y activista por los derechos humanos, explora el silencio de la opresión en su ensayo La transformación del silencio en lenguaje y acción. Lorde defendió el derecho a decir lo que pensaba a pesar del riesgo de ser maltratada o incomprendida. Después de una enfermedad entendió que de lo que más se arrepentía era de los silencios producto del miedo. Poner el miedo en perspectiva la llenó de valentía porque entendió que el silencio no nos protege de nada. “¿Cuáles son las palabras que no nos atrevemos a decir o que necesitamos pronunciar?”, “¿Qué tiranías nos tragamos todos los días hasta que nos enfermamos y morimos de silencio?”.

Todos enfrentamos el miedo a hablar, al desprecio, a la censura, al juicio, al reconocimiento, al reto o a la aniquilación. Pero por encima de todo le tememos a la visibilidad que nos vuelve vulnerables, pero que también es fuente de fortaleza. Hemos aprendido a tenerle más respeto al silencio que a nuestra necesidad de hablar pero el silencio por miedo solo deriva en asfixia.

Muchos silencios tienen que ser rotos: la orientación sexual de un hijo no tendría que ocultarse por miedo al rechazo de los padres. La postura política debería ser transparente sin miedo a las represalias. Denunciar el acoso, el abuso sexual y psicológico es un requisito para la recuperación de las víctimas. Compartir sin vergüenza los momentos traumáticos de la historia personal con la familia o en terapia, es un camino para volver a respirar. He sido testigo durante dos décadas del poder curativo de las palabras. Decir de frente las cosas en todos los contextos debería ser la norma y no la excepción, y también un derecho inalienable.

Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa.

Conferencista en temas de salud mental

*Basado en el artículo de Maria Popova sobre Audre Lorde, en Brainpickings.org.

Fuente: www.elfinanciero.com