Por: David Graeber

 ¿Por qué todos han aceptado la lógica básica de la austeridad? Porque la solidaridad ahora es vista como un flagelo.

“Lo que no me explico es porqué no hay gente amotinándose en las calles.” De vez en cuando escucho decir esto, de boca de personas con entornos sociales de riqueza y poder. Existe una especie de incredulidad. “Después de todo”, lo inferimos implícitamente, “nosotros gritamos como locos cuando alguien osa meterse con nuestras exenciones fiscales; si alguien impidiera mi acceso a alimento y refugio, de seguro estaría quemando bancos y aterrorizando el parlamento. ¿Qué le pasa a esta gente?”

Es una buena pregunta. Uno podría pensar que un gobierno que ha infligido tal sufrimiento sobre aquellos que menos recursos tienen para resistir, sin tratar de mejorar la economía, estarían en riesgo de un suicidio político. En vez de eso, la lógica de la austeridad ha sido aceptada por casi todo el mundo. ¿Por qué? ¿Por qué los políticos que prometen continuar con el sufrimiento ganan la aceptación de la clase trabajadora, incluso su apoyo?

imagendia-8Creo que la misma incredulidad con que comencé puede dar una respuesta parcial. La gente de la clase obrera puede ser, como se nos recuerda con insistencia, menos meticulosa sobre asuntos de leyes y la propiedad privada que sus “superiores”, pero también está mucho menos obsesionada consigo misma. A esta gente le importa más sus amigos, sus familias y sus comunidades. En su conjunto, al menos, son fundamentalmente más agradables.

Hasta cierto punto esto parece reflejar una ley social universal. Desde hace mucho las feministas han señalado que aquellos en lo bajo de cualquier arreglo social desigual tienden a pensar y a interesarse por los que están encima, más de lo que aquellos que están encima piensan y se interesan sobre aquellos que están debajo de ellos. Las mujeres en todos lados tienden a pensar y saber más sobre la vida de los hombres que los hombres de las mujeres, igual que los negros saben más sobre los blancos, los empleados sobre los empleadores, y los pobres sobre los ricos.

Siendo los humanos las criaturas empáticas que son, convierten el conocimiento en compasión. El rico y poderoso, mientras tanto, pueden permanecer inconscientes y sin preocupación, porque se pueden dar el lujo. Numerosos estudios sicológicos han confirmado esto recientemente. Aquellos nacidos en familias de la clase trabajadora invariablemente tienen mejores resultados en pruebas de reconocimiento de los sentimientos ajenos que los vástagos de los ricos y de las clases profesionales. En cierto sentido es difícil que nos sorprenda. Después de todo, de eso se trata ser “poderoso”: no prestar mucha atención a lo que piensan o sienten aquellos a su alrededor. Los poderosos emplean a otros para que hagan eso.

Maquila¿Y a quienes emplean? Sobre todo a los hijos de la clase trabajadora. Aquí tiendo a creer que estamos tan cegados por una obsesión (¿podré decir romántica?) con el trabajo de producción como nuestro paradigma de “trabajo real” que hemos olvidado lo que la mayoría de los trabajos humanos consiste en realidad.

Incluso en los días de Carlos Marx o Carlos Dickens, los vecindarios de la clase obrera eran mucho más habitados por criadas, limpiabotas, basureros, cocineros, enfermeras, choferes, profesores, prostitutas y vendedores callejeros que empleados en minas de carbón, fábricas textiles, o fundidoras de hierro. Y esa variedad es aún mayor hoy en día. Lo que pensamos del trabajo arquetípico femenino (cuidar de personas, velar por sus deseos y necesidades, explicar, tranquilizar, anticipar lo que el jefe quiere o piensa, sin mencionar el cuidado de plantas, animales, máquinas, y otros objetos) representa una porción mucho más grande que la de las personas de la clase trabajadora que martillea, talla, carga o cultiva cosas.

Esto es cierto no sólo porque la mayoría de la clase trabajadora son mujeres (ya que son la mayoría de la población), lo es también porque tenemos una visión sesgada incluso de lo que hacen los hombres. Como sucedió recientemente con trabajadores de metro en paro, donde tuvieron que explicar a los indignados usuarios que los “boleteros” de hecho no pasan la mayoría de su tiempo recogiendo boletos: pasan la mayor parte del tiempo explicando cosas, reparando cosas, buscando niños perdidos, y cuidando de los ancianos, de los enfermos y de los confundidos.

alta burguesiaSi piensas en ello, ¿no es básicamente de lo que se trata la vida? Los seres humanos son proyectos de creación mutua. La mayoría del trabajo que realizamos es entre nosotros mismos. Sólo que la clase trabajadora hace una parte desproporcionadamente grande. Son la clase cuidadora y siempre lo han sido. Sólo que la incesante satanización que se hace de los pobres por aquellos que se benefician de sus labores de cuidado dificulta, en un foro abierto como éste, su reconocimiento.

Como hijo de una familia de la clase trabajadora, puedo dar fe que de hecho estamos orgullosos de esto. Se nos dice constantemente que el trabajo es una virtud en sí mismo (moldea el carácter o algo así) pero nadie ha creído eso nunca. La mayoría de nosotros piensa que es mejor evitar el trabajo, al menos, claro, que beneficie a otros. Pero del trabajo que se hizo, ya sea construir puentes o vaciar cómodos, puedes estar merecidamente orgulloso. Y había algo más de lo que estábamos definitivamente orgullosos: que éramos la clase de personas que nos cuidábamos los unos a los otros. Eso era lo que nos separaba de los ricos, quienes, hasta donde nos podíamos enterar, la mitad del tiempo ni siquiera se podían hacer cargo de sus propios hijos.

Existe una razón de porqué la principal virtud de la burguesía es el ahorro, y la máxima virtud de la clase trabajadora es la solidaridad. Sin embargo, este es precisamente el hilo en el que actualmente se encuentra suspendida esta clase. Hubo un tiempo en que preocuparte por tu comunidad podía significar luchar por la misma clase trabajadora. En aquellos tiempos solíamos hablar de “progreso social”. Ahora estamos viendo los efectos de una guerra implacable contra la idea misma de política obrera o comunidad obrera. Eso ha dejado a la mayoría de las personas de la clase trabajadora con muy poco margen para expresar esa preocupación excepto para dirigirla hacia la abstracción prefabricada: “nuestros nietos”, “la nación”; ya sea a través del patriotismo más exacerbado o llamamientos al sacrificio colectivo.

Como resultado todo está marcha atrás. Generaciones de manipulación política por fin han convertido ese sentimiento de solidaridad en un flagelo. Nuestra preocupación por los demás se ha usado como arma contra nosotros mismos. Y parece que así seguirá hasta que la izquierda, que clama hablar por los obreros, comience a pensar seria y estratégicamente en qué consiste realmente la mayoría del trabajo, y qué virtudes encuentran en él aquellos que lo realizan.

Traducción: Aldo Barrios.