La principal razón que me llevo a escribir este texto ha sido la lectura de muchos comentarios de compañeros que desde distintas trincheras mantienen una resistencia contra el sistema. Comentarios que van desde la crítica que permite el debate y la discusión hasta aquellos que atacan a quienes no comparten esta idea surgida por el Concejo Nacional Indígena (CNI) y apoyada por muchos colectivos, organizaciones sociales, etc., etc.

No entraré en detalle sobre estos ataques porque el motivo que me llevó a escribir este texto no es entrar en polémicas absurdas. Tampoco comparto la idea de atacar este proceso del CNI y mucho menos a su candidata; he respetado el proceso que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ha llevado dentro del CNI, comparto algunas de sus ideas de autogobierno y cuando he sentido la necesidad de ser crítico con ellos lo he sido. Me parece importante entender las coyunturas y desde ahí hacer el análisis pertinente en cada ocasión.

Esta vez lo hago no solo desde la coyuntura electoral, sino desde mis propias ideas y forma de ver las resistencias comunitarias. No espero ni comprensión, ni afinidad con lo que escribiré por parte de nadie, pero si espero que si alguien lo considera, el debate se pueda dar en una lógica de respeto más allá de dogmas y cerrazones.

Como anarquista no creo en la democracia electoral; no considero que sea el camino hacia la libertad y la justicia, por muchas razones que cualquiera que haya leído algo sobre teoría anarquista no necesita explicaciones, sin embargo aquí quiero mencionar algunas que me parece importante recalcar en este momento.

Salir a votar es reconocer un país y con esto se reconoce fronteras, lo cual nos lleva a tener un cierto sentido nacionalista, del cual no puedo ser partícipe. La democracia electoral nos va dando una serie de normas y regulaciones que permite tener clases sociales, aunque sean entre los que pueden votar y los que no por los motivos que sea. Como ser un “extranjero” por ejemplo, sin importar que tengas años viviendo en un territorio distinto al que naciste.

Por lo tanto, el hecho de votar para tener un presidente, senadores, diputados, es decir toda la maquinaría de la democracia electoral, no permite la participación viva de la comunidad. Y no lo permite sencillamente porque es imposible.

En un país como México, donde confluyen millones de personas en todo el territorio, con grupos originarios con distintas culturas, distintas formas de concebir el territorio, el centralizar las decisiones en una fracción mínima (aunque haya sido elegida por mayoría) no permite cubrir las necesidades de esa mayoría que los eligió; esto en el caso de que los gobiernos fueran justos y se preocuparan por sus gobernados lo que históricamente nunca ha pasado, pues los gobiernos generan una clase dominante que mantiene en represión a los pueblos.

Los gobiernos se convierten en sirvientes de los que ostentan el poder económico que ante cualquier amenaza activan sus mecanismos para quitársela de encima. Pueden ser comunidades en resistencia o gobiernos que no los apoyan en su afán de aumentar su poder. Si a esto le sumamos que en este nivel de globalización económica ya no existen estados-nación independientes, sino que incluso los más radicales tienen una estrecha relación con la Davos Class, es poco probable que desde la idea de tener un presidente afín a las necesidades del pueblo (vale la pena preguntarnos a que pueblo o afín a quien) se pueda lograr salir del modelo de producción-consumo actual que lleva siglos perfeccionándose.

Entonces, más allá del anarquismo y toda su utopía, alcanzar la libertad y justicia por medio de la democracia electoral es mucho más utópico. Podrán prometer placebos que nos ayuden a pensar que no estamos tan mal, pero serán solo eso: placebos, nada que nos asegure un bienestar común.

La idea de país no solo es peligrosa porque nos lleva hacia un nacionalismo el cual coopta cualquier acción de democracia directa por parte de las comunidades. Si éstas necesitan algo, tienen que voltear a pedirles a sus “representantes en el gobierno” que aboguen por ellos, reprimiendo con esto cualquier intento de asamblea y resolución directa. Un ejemplo claro de esto es el modelo extractivo del cual ni siquiera el gobierno indígena de Evo Morales ha logrado salir (de nuevo, el modelo de producción-consumo es global).

Aunque las comunidades digan no al modelo extractivo, si este necesita instalarse en una comunidad lo hará por todos los medios necesarios. El derecho al desarrollo que le llaman los gobiernos progresistas, la idea de un cambio antisistémico partiendo desde la misma estructura actual no solo es ingenua, sino peligrosa, pues caer en el juego electoral nos quita tiempo valioso para seguir construyendo modelos de comunalidad y de democracia directa entre nuestros vecinos.

Y sí, habrá quien diga que a la fecha no existe un modelo basado en estos dos conceptos que funcione, pero más allá de los ejemplos que sin duda los hay, si no hay experiencias “exitosas” nos toca seguir buscando como construirlas y para mí, transitar hacia la democracia electoral no es el camino para alcanzar estas experiencias: eso solo nos aleja más de la construcción de espacios participativos y nos convierte en meros observadores que marcando un número de teléfono o usando una aplicación le damos todo el poder de decisión a un grupo para el cual ese tan cantado 99 por ciento sigue siendo un desconocido.

Entiendo que los tiempos cambian; que las coyunturas aparecen y desaparecen involucrando nuevos actores, que la transición del capitalismo al neoliberalismo y como este muta hacia un neofeudalismo donde los gobiernos se convierten en marionetas controladas por la Davos Class y sus secuaces, nos obliga a repensar muchas de las ideas tradicionales del anarquismo. Debemos ir pesando en algunas nuevas formas de involucrarnos en las resistencias comunitarias.

Para mí la ecología social, los municipalismos libertarios en simbiosis con las ideas de comunalidad son un camino a transitar, sin estar estático, evolucionando de acuerdo a nuestras necesidades como especie que convive en un ecosistema mucho más amplio son las ideas con las que me siento cómodo. No creo que sean verdades absolutas, pero sí creo que son las que permiten una democracia directa, en corto, con los vecinos, con los compañeros de la comunidad, del barrio.

Con sus asegunes y sus críticas; tanto los Caracoles, ese proyecto tan interesante de las compas del EZLN en Chiapas, como Cherán, otro proyecto de autogobierno interesante, el Partido de los Trabajadores Kurdos que parten desde abajo y desde lo local para lograr cambios antisistémicos, son ejemplos a trabajar, pues son más cercanos a lo que buscamos que es una democracia directa, participación de la comunidad en la toma de decisiones, el enfoque ecosistémico para crear en lo local un nuevo modelo de producción-consumo. Así de poco en poco, de comunidad en comunidad revertir el daño que el modelo extractivo ha ido dejando en el planeta.

Cuando digo que yo no votaré por Marichuy no trato de denostar el trabajo de base que están haciendo miles de personas en forma desinteresada, o interesada en el bien común. Lo digo como una declaración de principios de un anarquista que aún piensa que el camino a transitar debe ser el de la democracia directa, el de la asamblea. Sin verdades absolutas, sin falsas modestias y aceptando mis contradicciones.

Tampoco creo en una supuesta ingenuidad de esos colectivos y/o de los individuos que están apoyando este proceso. Al contrario, creo que para muchos de ellos es una idea en construcción que vale la pena apoyar y se respeta. Yo estoy en otra sintonía totalmente distinta y también debe ser respetable. No apoyar no significa como leí por ahí hace unos días, que seamos desorganizados y apáticos, significa que estamos (estoy) transitando en otro camino, distinto pero que tal vez tenga el mismo objetivo. Solo el tiempo lo dirá.

En solidaridad.

Por: Jorge Tadeo Vargas.

@primaindie

Publicado originalmente en http://www.frontline.lunasexta.org/?p=465