“Tengo un tipo de Parkinson, algo que no me gusta. Mis piernas no se mueven cuando mi cerebro les dice que lo hagan”.

George H.W. Bush

En el día de los Panchos, recuerdo el aprendizaje al que la vida nos ha forzado. ¿Cuántos Franciscos y Franciscas existirán en el mundo con la enfermedad de Parkinson?

Yo aprendí sobre este mal cuando un especialista en geriatría lo detectó. Aprendí del rostro de mi padre con expresión interrogante al tratar de descifrar el significado completo de esa palabra.

En los dos primeros años de desarrollo de este mal comenzamos a notar que la fuerza de su voz iba disminuyendo, que el andar se volvía lento, que las preguntas invadían su semblante, que nuestro Pancho iba cambiando, deteriorándose.

Aprendí de los múltiples diagnósticos, todos alrededor de la senilidad, sin acertar al nombre real del mal que estaba atrapándolo.

Dos largos años observando con impotencia como su mundo se tornaba rígido y silencioso.

El especialista dijo que el Parkinson de mi padre inició en su juventud, cuando peleaba en el ring de box.

“Parkinson secundario debido a traumatismo craneal repetido”, que se desarrolla a consecuencia de golpes recibidos en forma reiterada,  como en el caso de los boxeadores.

El tipo que aqueja a mi padre no presenta los conocidos temblores, de allí que se confunda con otras enfermedades de la edad y se pierda tiempo en su diagnóstico, con el gran e irreversible deterioro físico. La memoria e inteligencia siguen intactas.

Observo a mi padre, mi Pancho, mientras él  también me observa. Trato de imaginar la alegría que sintió cuando nací, casi en el día de los Panchos, me dijo alguna vez que lloró porque años antes había perdido una hija al nacer.

Él se preguntaba si esta niña de apenas ocho meses de gestación habría de sobrevivir, porque la primogénita, que nació a los nueve meses de embarazo, como vino se fue de este mundo, rápido, en dos días de vida. “No se logró” decía él. Hoy me pregunto hasta donde nos dejará avanzar juntos su enfermedad.

Lo veo usar la andadera para caminar y recuerdo cuando sus piernas lo llevaban en largas caminatas; recuerdo el camino que seguimos en mi primer día de clases en la primaria.

En la memoria también están los partidos de béisbol que juntos disfrutamos gritando porras al equipo de casa, también  las funciones de box, que me gustaban porque lo veía reír rodeado de lo que más quiere: su familia.

La familia, el recurso más importante para sobrellevar este mal.

Padecemos, nos desesperamos, sentimos impotencia y aprendemos juntos sobre un mal que aqueja a un millón de personas en México y siete millones en todo el mundo, sin mencionar a la familia que las rodea, también víctimas de la enfermedad en cuestión. Somos tanta gente conviviendo con el Parkinson, en sistemas de salud que no alcanzan para proveer los medicamentos ni las condiciones que frenen su avance.

Así se vive con Parkinson en la seguridad pública.  Así la vivimos en casa, acompañando a una  persona atrapada en un cuerpo que se vuelve tan rígido como el mismo acero. Igual de firme es la decisión de no dejar que nos derrote.

Sí, es día de los Franciscos y me nace hacer un brindis por mi Pancho y su vieja máquina de escribir con la que me contagió el gusto por las letras.

Por el hombre que observa desde esos ojos curiosos que no pueden parpadear como los demás; un hombre con defectos que guarda en el tiempo, con virtudes que no opaca el Parkinson.

Porque estamos aquí, a pesar de todo, esperando todo. Reconociendo que el tiempo puede ser nuestro mejor aliado, que las crisis son oportunidades, y las desventuras pueden volverse fortalezas. Conviviendo con los desvelos y las mudanzas a las que nos somete el Parkinson.

Estamos aquí hoy agradeciendo a la vida la fortuna de seguir juntos atesorando cada logro, cada paso andado, cada palabra pronunciada, cada día compartido.

¡Felicidades Pancho mío!

Sylvia Teresa Manríquez.

@SylviaT    sylvia283@hotmail.com