Lila Downs es una sacerdotisa de la vida y de la muerte. Celebra la vida con toda su intensidad y alegría y también da testimonio de la muerte con su profundidad y misterio. Pero acto seguido la desmitifica y la pone sobre la mesa de un diálogo imaginario: a todos nos va a tocar.

Lila Downs regresa a Sonora, al Festival Alfonso Ortiz Tirado en Álamos,  con una propuesta musical acabada, redonda, que incluye sus característicos ritmos cuasi cumbias, sones, danzones, boleros y rancheras.

El grupo que la acompaña ha llegado a consolidar un estilo propio muy sólido de arreglos, ejecución y manejo del escenario. No es sencillo mezclar instrumentos acústicos, metales y eléctricos para generar una musicalidad que sabe a percusión indígena, pero también a Caribe, pero inmediatamente a un sabroso bolero de salón de los cuarentas. Sus notas y ritmos se nutren de lo largo y ancho de América, de tantas fuentes y culturas que lo único que tienen en común es ser música popular. Nada más y nada menos.

Las letras vienen de lo cotidiano, del amor y el desamor, pero desde un enfoque distinto, se menciona la violencia de género, el ¨vivas nos queremos¨, la rebelión de las mujeres ante un destino manifiesto que por siglos las ha sometido.

La voz de Lila encarna esa reivindicación. Es la voz de la madre tierra abriéndose paso entre los siglos, entre los pesares del despojo, la pobreza, la marginación, la división. Soy mujer mexicana, dice, e incluye a sus raíces indígenas, a su sangre norteamericana y nos lleva a todos al baile en ese mestizaje que somos, todos, aunque de a ratos se nos olvida.

Vivos se los llevaron, vivos los queremos, grita al final de una canción, no puedo traicionar mi ideal… y uno piensa si acaso las autoridades le pidieron no hacer alusiones de orden político y esa era su respuesta. Como sea, muchas de sus letras son una denuncia social de por sí, pero lejos de lo panfletario o politiquero. Su propuesta artística nos recuerda quienes somos, de donde venimos, nuestra historia compartida, nuestra cultura preciosa, nuestro sagrado derecho a pensar. Eso en sí es profundamente político y hasta revolucionario.

A estas alturas de su carrera Lila hace lo que quiere con su voz, lo mismo nos enternece con un romanticismo, nos maravilla con notas larguísimas o nos estruja con una potente voz ranchera. Se entrega en cada nota, en cada ribete, su interpretación remueve los sentimientos porque es auténtica. Es una mujer que canta. Mujer madre, mujer indígena, mujer patria, mujer tierra, mujer mestiza. Ella es consiente, lo asume. Su voz es un suave regaño, un rasposo beso, un acicate para el alma amodorrada o desesperanzada del mexicano.

En sus repertorio, paga tributo a las grandes inspiraciones de la música mexicana del siglo XX, el Cucurrucucú de Lola, el Vámonos y el Mundo Raro de José Alfredo, pero también al bolero que, queramos o no, tenemos impreso en los genes… Piensa en mi, de Maria Teresa Lara, y la párvula boca que siendo tan niña….

¨Que bonito concierto, me encantó¨, le dijo una sexagenaria que estaba en segunda fila, delante nuestro, a otra señora de cabellera toda cana. Cualquiera diría que son de alguna organización religiosa tipo vela perpetua. Pero estuvieron extasiadas todo el concierto, lo mismo que una romántica pareja de jóvenes que estaba junto a ellas. Dos lindos muchachos que se acariciaban a cada tanto con la mirada mientras rozaban las manos. Y es que Lila y el violín, Lila y el acordeón, Lila y los demás artefactos mágicos conectan con todos, llegan a la humanidad que somos, a esa herencia que nos fluye por las venas.

La Downs y su música, vida y muerte, muerte y vida. Larga vida a la sacerdotisa.

Redacción Libera Radio