Por Ingmar Sau

En mi mano derecha sostengo el libro de poesía de Aziz Córdova (un joven poeta de Agua Prieta, 1995) y en mi otra mano un libro publicado por el Instituto Sonorense de Cultura (y perdón Aziz que te utilice en esta comparación, será para fines meramente pedagógicos). Entonces me pregunto ¿cuántos ávidos lectores nos han preguntado por el libro del primer autor y cuántos libros de poesía, ganadores de concursos del ISC resultan tan difíciles de colocar/hacer circular en el mercado editorial o incluso quedan olvidados en los estantes? ¿cuántos podemos dar fe que han sido leídos y -cosa importante- releídos? ¿de quién es la responsabilidad? ¿del autor, de las instituciones -junto con las empresas editoriales-, de los tres? ¿hasta dónde puede llegar nuestra crítica si sólo comprendemos el oficio del escritor, léase poeta, como “aquel que escribe poesía”? ¿la poesía sólo se escribe/lee? ¿dónde está la poesía en Sonora? Permitan que sea inquisitivo: ¿qué ha pasado con todos esos poemas que no fueron bendecidos por un jurado? ¿los autores/responsables buscarán la forma de compartir sus propuestas literarias en el medio/por otro medio? ¿lo han hecho? ¿dónde están los poemas de los ganadores/no-ganadores de concursos pasados? ¿qué les motiva a escribir poesía? Por eso, aunque nos duela, la crisis por el resultado “desierto” de la convocatoria de poesía debe interpelar susceptibilidades distintas a las del maniqueísmo contra el jurado o contra el ISC, sin dejar pasar las posibles o evidentes faltas y malos manejos de recursos.

Tuve la fortuna de participar en la Feria Internacional del Libro de Caborca y este fue un debate que trascendió las mesas de presentaciones y que espero no sólo quede entre los murmullos cibernéticos de personas que defendemos -y con razón- la calidad literaria existente en el Estado. Sin embargo, sin entrar en conflicto sobre los gustos o disgustos de los textos enviados, el desierto se hizo lluvia y todos terminamos por mojarnos. Ante el barullo me he quedado con la impresión de que en estas discusiones la postura de no-pocos escritores (o figuras públicas/artistas sonorenses) se encuentra enmarcada por una lógica que otorga a las instituciones gubernamentales la facultad de “desdeñar” la producción artística, siendo que la validez y la recepción de la misma está en la relación entre el creador y el público.

Mantengo la esperanza de que esta pequeña “neurosis” hará bien y con esfuerzo (incluyendo este pequeño artículo) pueda llegar a ser un espacio de oportunidad y no de inútiles reproches. Y como apuntaba Emilio Gordillo en su taller es tiempo de preguntarse ¿qué es/hace (a) un escritor?

Más allá de enfrentarnos en los qué queremos/entendemos por poesía existe la necesidad de preguntarnos ¿para qué la poesía? y enseguida ¿para quién la poesía? pues existe una cuestión que resulta imposible pasar por alto: la legitimidad que otorgamos/otorga el Estado a los poetas que son reconocidos por sus instituciones culturales, dotándolos de espacios, prestigio social y dinero. No parece suficiente, no en México que el “ser” poeta se reduzca a una técnica y al “oficio” de escribir poesía. Eso comprende y es parte sustantiva de cualquier persona que opte por tomar las letras como vehículo para expresar y construir geografías diferentes en un país azotado por la violencia. Y tampoco es poca cosa, pero con esto quiero decir que sí, existe una mínima (pero sustantiva) responsabilidad del “poeta” como cualquier artista al que la comunidad le proporciona un espacio y una voz. Quiero ser claro en ello, pues es una discusión añeja y no quiero que nos quedemos en lugares comunes: no es una defensa al “arte panfletario” parafraseando a José Revueltas: la libertad es la gasolina del arte, sin libertad no hay arte; pero no podemos confundir esa libertad con el individualismo neoliberal con el que el Estado nos ha criado tanto tiempo.

No es nueva la crítica de cómo el Estado en México ha legitimado a autores/creadores/artistas, cada vez son más los señalamientos a los beneficiarios de los distintos estímulos que goza la población mexicana, léase FONCA, que ojo, no es una crítica directa al estímulo, pero sí a su manejo y a las personas que cuentan con la suficiente fluidez económica para continuar sus carreras artísticas y aún así se sirven de él, igual hacia aquellos que por sus actos de violencia debería como mínimo dar vergüenza pedir un espacio. Pero entonces cuando en un estado como lo es Sonora con uno de los titanes más grandes de la poesía nacional que fue Abigael Bohórquez le dictaminan “escasez” de calidad literaria, es natural que rápidamente a varios nos duela y nos haga buscar responsables, porque los hay, pero también en ese mirar habrá que ver y ser autocríticos sobre qué ha definido a los portadores del epíteto de “poetas” y que ha definido sus obras y dónde se encuentran en el imaginario sonorense (haciendo énfasis en los ganadores del Concurso del Libro Sonorense).

Mitos y relatividad de gustos vs la materia

La calidad literaria no es proporcional a la cantidad de lectores y la cantidad de lectores no es proporcional a la calidad literaria. Entonces ¿bajo qué concepto podemos enjuiciar lo que es poesía de calidad y lo que no? La aventurada respuesta es que no podemos. Y si forzamos la ecuación tenemos que hacerlo bajo estrictos y muy definidos principios, mismos que en las convocatorias no existen y que es importante señalar: no podrían existir, no deberían existir. Pero entonces ¿qué hacemos cuando un jurado dictamina desierto? en mi opinión, este ejercicio. El ejercicio de la crítica/autocrítica hacia y para con los “congéneres” que hacen de la poesía su modus vivendi que les proporciona un lugar dentro de esta sociedad o también por qué no, una salida. Ejercicio que también incluye un escrutinio del dinero que circula en dichos certámenes ¿y mis 50 mil pesos qué? apúntele bien.

Poesía independiente en la Feria de Libro de Hermosillo 2019. Foto: Librería Hypatia.

Basta de ingenuidades. Es deprimente escuchar, porque escuchamos, porque sabemos y porque vivimos, porque estamos comenzando en estas labores pero también estamos inmersos desde hace tiempo, que los espacios para convivir en Sonora, en específico en Hermosillo son pocos, si no únicos, si no ninguno. Por lo tanto, también los espacios en los que la poesía circula son pocos, si no únicos, si no ninguno. Y la pregunta surge con espontaneidad ¿qué hemos hecho como “poetas” para que esos espacios se transformen, se multipliquen o se renueven? Me comentaba un amigo que los escritores/poetas vivimos en el romanticismo y el Estado en el neoclasicismo. Que de forma doctrinaria vemos en el objeto del libro el culmen del oficio del alfarero de la palabra. Pues no, no es así y la realidad nos da muestras tangibles de ello, de forma tan positiva como negativa. Dicho sea de paso, la poesía como género literario nos proporciona mucho, pero desbordando sus mismas fronteras proporciona más y con más fuerza.

Que la poesía es comunión

Hay un libro precioso que se llama “Aprender a escuchar, enseñanzas de los pueblos maya-tojolabales” de Carlos Lenkersof, en el se pone sobre la mesa que como estirpes de la cultura Occidental somos y vivimos en una fuerte negación del ejercicio de la escucha. Por eso me parece muy importante recalcar y siempre que he tenido la oportunidad en público de recordarlo, mencionar que “escuchar es un ejercicio político” un ejercicio perdido pero que poco a poco y con urgencia es necesario recuperar, agrego: no soy un alumno destacado y por eso reitero su importancia.

Abigael, el referente.

¿Y qué con la poesía? Pues eso mismo: la poesía no vive en el libro y hago aquí la invitación, al mismo tiempo que pido una disculpa por una conclusión tan obvia: saquemos la poesía del libro. Que se entienda que no es una renuncia, es una invitación casi como bofetada de 50 grados. Porque es necesario y urgente cambiar la lógica en la que como “comunidad” hemos nutrido el oficio de escribir/construir/balbucear la poesía, por su bien y por el nuestro.

A la par es un reconocimiento de la difícil y ardua labor editorial que se encuentra todavía muy pobre y se entiende monopolizada por pocos personajes de los círculos culturales locales. Allí también hay que mirar, señalar, limpiar y transformar. Pero también hay que educarnos y recuperar todos esos espacios que aún se conservan y romper la lógica neoliberal de lo que para bien o para mal es un oasis para los escritores con ánimos de mejorar sus obras.

No podemos caer en la afirmación de que en 2019 es -requeteharto- difícil que alguien nos publique poesía, y aunque tuviera su dote de razón como dijimos líneas antes: la poesía no está exclusivamente en el papel y nos da muestra de su asfixia. Por ello comparto que la decisión del jurado la debemos tomar desde otro lugar: tenemos que comprender que la publicación no es sinónimo de lectura y que la publicación no hace al escritor y tampoco el oficio, valga agregar a la suicida labor: porque poeta no es quien publica un libro de poesía, así sea reconocido por una convocatoria o la autoridad que usted prefiera, o que la persona se asuma como tal, el poeta debe recuperar en este sentido la misma naturaleza que su obra: la anarquía.

elessau@gmail.com