Por: Jonathan Maldonado.*

 En el libro de Los Miserables, Victor Hugo hace una referencia a la religión, y las compara con esas rosas muertas sobre la mesa, que dan asco, pero da pena tirarlas, porque cada que lo piensas, parece como si ellas dijeran “me tiras a mí, si alguna vez fui la ilusión de tu vida”, y así, las mantienes por lastima, más que por utilidad o porque sigan siendo bellas. Cuando pienso en el sistema político pienso exactamente en lo mismo: un sistema rancio que alguna vez hizo ilusión a alguien en el pasado y que ahora no da más que problemas. La democracia, al menos como me la explicaron en las pocas clases de ciencias sociales de preparatoria, es  el sistema de gobierno que da legitimidad a la soberanía del pueblo, la manera en la cual los ciudadanos eligen libremente e futuro de su nación a partir del voto. Es así como elegimos presidentes, gobernadores, diputados, senadores, alcaldes, representantes y se toman las decisiones sobre temas de interés nacional.

Un poquito de historia señala a la democracia como esa respuesta contra los sistemas autoritarios (llámese monarquía, llámense gobiernos autoritarios) que se presentaron a lo largo de los siglos pasados en la humanidad, un sistema que representó uno de los mayores objetivos durante el siglo XX alrededor del mundo y mientras aún a la fecha hay países peleando por conseguir una legitimización del voto del pueblo, y el respeto hacia la democracia, otros países nos demuestran que quizás la democracia no es la opción más perfecta para el hacer político y social.

Quizás el principal problema con la democracia es el hecho que hace de la democracia lo que es, la soberanía de un sistema político basado en la decisión ciudadana y aquí es donde no se entiende que dar el poder al pueblo significa justo eso, dar el poder a TODO el pueblo, dar el poder, pero no dar la educación, dar el poder, pero no la información, dar el poder, pero no la inteligencia emocional para elegir. Dar un poder, pero no dar las herramientas para decidir de una forma prudente sobre las decisiones.

Es una pena, pero el poder que ahora vemos en la democracia mal usado se vuelve, en manos de un pueblo ignorante un poder intervenido por la manipulación que se aprovecha de la desinformación y la ignorancia del mismo pueblo. La democracia recae en un poder a medias, una falsa soberanía popular.

Pienso que el 2016 da varios ejemplos sobre como sociedades que muchos consideran evolucionadas toman las decisiones más descabelladas del hacer político, el Brexit y la victoria de Trump salen a resonar por el impacto de decisiones ciudadanas de naciones que colateralmente importan en todo el mundo. No se llega a entender como el voto desinformado y voto mayoritariamente anciano en el Reino Unido hicieron posible la salida de dicho país de la Unión Europea, de igual manera, no logro comprender como el voto de una América blanca llegó a sobreponerse a la idea de buen-rollo progresista costero (exceptuando a Florida). ¿Será que no somos una sociedad tan integrada como nos gusta pensar que somos? ¿Será que es en verdad la raza un asunto por el cual nos debemos de seguir preocupando? ¿O será que solamente somos malos perdedores?

Resulta bastante vago el hecho de presentar una propuesta democrática sustentada a partir de la selectividad de los participantes, no quiero decir con lo que he escrito hasta ahora que lo mejor para la democracia será hacer lo mismo que con la licencia de armas, antes de hacer entrega de una boleta electoral hacer un examen de inteligencia emocional, nivel cultural y educativo, capacidad de información sobre las propuestas electorales, junto la historia política y social de un país, puesto que de ser así, la democracia pasaría a ser un sistema selectivo  lo cual no representa la idea principal que en ella refiere, sin embargo, la edad (hacia abajo) representa un factor de segregación y una medida para determinar quién puede y quien no puede participar en la democracia.

En primera instancia, pensemos en el factor edad sobre la democracia, si bien es sabido, la población vieja es una mayoría electoral, misma que se presenta, sobre una generación de jóvenes, en donde me incluyo, donde o son activos políticamente o se encuentran escépticos, como yo, de si el voto ciudadano en verdad es tomado en cuenta. En este caso, tendríamos como conclusión que el voto de personas mayores a 50 años representa una mayoría sobre las personas de menor edad, de esta manera, dejamos que decisiones como la del Brexit se tomen desde un punto de vista social añejo. Una decisión sobre el hacer político tomada por un grupo mayoritariamente jubilado que no presentará los problemas que acarrea con su decisión, un voto que imposibilita el presente y futuro de las generaciones que le siguen, quienes ya sea por apatía o falta de información se van alejando del hacer político, por considerarlo un sistema hecho por y para viejos.

Mientras que hay ancianos preocupados por el futuro de un país que integran un grupo políticamente activo y sobre todo consiente sobre las libertades y garantías de la libertad que presenta la democracia, existen otros quienes no evolucionan con el hacer político, y ambos pueden votar. No hay una fecha de expiración para que las personas voten, pero si se considera una fecha de inicio de la vida como ciudadanos a partir de una edad determinada.

Tras el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Noviembre del 2016, los grupos de minorías salieron a las calles a protestar, entre los grupos segregados se incluyeron grupos de menores de edad, quienes tenían la queja de ser rechazados para votar y sin embargo, tener que acatar y aceptar a un presidente a quien ni siquiera les dieron la oportunidad de elegir, más si el deber de obedecer.

En este caso, la edad es un factor discriminatorio, y no estoy hablando de un sufragio lactante, pero sí me gustaría hablar del derecho de decidir por la vida política de un país a quien quiera hacerlo, sin importar la edad, enseñar a las personas a ser políticamente activas y darles la opinión de expresarla cuando se sientan listos, no cuando una credencial diga que lo están. He visto en estos chicos de secundarias americanas mayor madurez y coraje para marchar y hacer algo por lo que no se sienten satisfechos, que a personas con edad para votar.

Otro de los asuntos que me gustaría tratar es sobre la legitimización de la democracia en un escenario donde no es el 100 por ciento de la población políticamente activa hace ejercer su derecho, donde las abstenciones y el voto en blanco no representan legalmente una opinión política, aunque si dicen mucho del interés o falta del mismo dentro de una nación. Que cara tiene un presidente a llamarse ganador, si en algunas ocasiones el porcentaje de personas que no votan es mayor que el porcentaje que lo hizo por él.

Y en este caso, quiero preguntarme cuál es la legitimidad de un presidente, o un referéndum cuando la brecha porcentual es cada vez más corta. ¿Qué se supone hacer cuando un presidente es votado solamente por un 51 por ciento de la ciudadanía responsable? ¿Gobernar sólo a esa mitad, y que se hace con el resto? ¿Cuál es la utilidad de un sistema político en donde el voto es dividido casi a la mitad? Mi preocupación recae al encontrarnos decisiones políticas que se toman partiendo de una mínima mayoría, que representan a un país de opiniones divididas, donde un triunfo electoral carece de legitimidad social, si no de la unanimidad, si de una mayoría constante.

¿Estaríamos naciones como México o Estados Unidos dispuestas a aplicar segundas vueltas electorales, diálogos entre los partidos políticos para llegar a un convenio que favorezca y sobre todo deje satisfechos a la mayor parte de la sociedad?

Mi principal preocupación, que lanzo en este artículo como pregunta a ser respondida por creyentes en la democracia ¿Cuál es el papel de la democracia en un mundo que ya no se rige por mayorías y minorías? Es decir, que hace la democracia en un mundo que raya en el cliché posmoderno, donde las masas tienden a diversificarse hacia la subjetividad, donde la homogeneidad social no es más que un concepto utópico y las necesidades de alguien, no son precisamente las necesidades de todos. En la política generalmente tenemos o blanco o negro, mientras que en la sociedad se encuentran no sólo las diferentes escalas cromáticas. Qué hay del rosa, que hay del azul o del morado, que hay de aquellas identidades que quedan al margen de las decisiones de un sistema monocromático.

En este artículo planteo algunas de las fallas sociales que veo de la aplicación de la democrática, tanto en teoría como en práctica, dejando afuera muchas otras que se podrían incluir como la corrupción y la manipulación política, la participación de intereses de terceros sobre el hacer ciudadano, etc.

Qué hacer entonces en este panorama, en donde la democracia tiene demasiadas fallas sistémicas. Quizás sea necesario reparar dichas fallas, plantear un sistema donde el voto en blanco importe, donde la abstención y la opinión de los no-votantes-menores-de-edad tengan impacto en el hacer político de una nación, donde las marchas y revueltas de oposición sean exactamente igual de legitimas (políticamente hablando) como las elecciones, donde legalmente se pueda hacer algo si los resultados políticos no convencen a la ciudadanía. Un sistema político en donde la anarquía y la apatía sean consideradas como alternativas hacia el hastío de partidos políticos anclados en el pasado. En el peor de los casos, y tristemente puede que nos estemos acercando a esto, el desenlace se presentará reaccionario, en donde regresaremos a las monarquías o a los sistemas autocráticos, y permanezcamos ahí hasta que aprendamos a saber qué hacer con la libertad del poder elegir a nuestros “gobernantes” y la obligación que representa el voto.

Quizás llegue el tiempo (y esto es mi ideal) donde descubramos que funcionamos exactamente igual con o sin presidentes, con o sin fronteras y sin muros, donde se entienda que un presidente no es lo mismo que un rey, no es la cúspide, sino la base del hacer político. Quizás descubramos que no existe necesidad de pastores para vigilar a las ovejas.

*Comunicólogo y Maestro en Diseño. Investigador especialista en temas sobre transgresión cultural, artística y social, entre otras banalidades. Artista digital, collage y escritor. Todo un millennial.