Había perdido a una hija un año antes. El cáncer se la había arrebatado, pero antes de morir les dejó encargados a sus hijos. Desde entonces, Engracia tuvo que sumar a los cuidados que obligan tener un esposo en silla de ruedas, la manutención y educación de los nietos huérfanos; si bien sus otros hijos, tíos de los chicos, le ayudaban en este nuevo encargo.

Engracia tenía 68 años y muchos como trabajadora social en el Instituto de Tratamiento y Aplicación de Medidas para Adolescentes (ITAMA). Salía diario a la 1.30 pm, horario que cumplía con exactitud, no podía dilatarse en el trabajo más de lo necesario porque el marido le reclamaba impaciente cualquier retraso; tanto tiempo en silla de ruedas le quitan el buen humor a cualquiera, por lo menos eso decía Engracia que soportaba con paciencia los gritos y exabruptos del marido, “Si yo estoy muy cansada, imagínate como estará él”, solía decir a sus amigas.

Foto tomada de uniradionoticias.com

Engracia era muy conocida en Villas del Pitic y las colonias cercanas, como la Revolución, al oriente de Hermosillo. Su bondad, su don de gentes hacía que cualquiera se encariñara muy pronto con ella; en el trabajo era solícita y hacía sus labores con eficiencia y ternura, lo mismo la apreciaban sus compañeros y los guardias que los chamacos infractores de la ley.

El jueves 23 de agosto algún compañero le pidió un encargo que le haría retrasar su hora de salida hasta pasadas las tres de la tarde, lo pensó -seguramente- pero al final aceptó. Al terminar la labor quiso salir a tomar su auto, con la preocupación de la situación de su marido y su nieto a esas horas, cuantimás con la fuerte lluvia que empezaba a caer; para cuando terminó de firmar la salida y la revisión de rigor, la tormenta tenía varios minutos vapuleando el seco pavimento hermosillense.

Como todos sabemos, la capital sonorense no cuenta con una infraestructura pluvial ni cercana a lo decente. Las calles son los antiguos arroyos que confluían al Río Sonora que, ahora seco y embovedado atraviesa la ciudad, por eso cada vez que llueve más de 10 mm muchas calles colapsan. No es ocioso decir que las lluvias de ese volumen no abundan en la región, será por eso que a los gobiernos municipales no les ha interesado invertir en obras que son necesarias una o dos veces por año. Sin generalizar, podemos decir que es posible que por esas mismas razones, algunos arquitectos tampoco diseñan las banquetas, los estacionamientos y las áreas para transeúntes aledañas a los edificios de forma más eficiente para el manejo del agua de lluvia.

Engracia salió del ITAMA y la fría ventisca con lluvia le pegó en el rostro. Caminó unos pasos por la banqueta mojada, alrededor de 30 metros la separaban de su auto pero debía atravesar un pequeño lecho vehicular que llega a un canal de desagüe y que en ese momento era ya un arroyo considerable. Quizá pensó en su marido y la tardanza, quizá pensó que no debió aceptar hacer aquel favor, quizá pensó en devolverse y esperar a que pasara la lluvia. Dudó, y dudando se distrajo de ver por dónde pisaba.

Foto: facebook live.

Dice quien atestiguó de lejos que Engracia de pronto se encontró en el agua, en lo que pareció más un resbalón que un paso decidido. No pudo sostenerse en pie, la corriente la tumbó enseguida y la arrastró varios metros, en cuestión de segundos estaba debajo de un automóvil, ella no pudo moverse porque la fuerza del agua la aplastaba hacia el lado del vehículo y cuando intentó voltear el cuerpo no lo logró, estaba atorada; ya no pudo reincorporarse. Los 40 cms. de altura del arroyo fueron suficientes para quitarle la vida.

Miles de personas vieron en tiempo real un cuerpo tapado con una tela blanca detrás de la cinta policiaca: “Mujer no identificada muere ahogada al intentar cruzar el agua, gracias por acompañarnos en este facebook live. No se les olvide darnos like”. Al día siguiente los comentarios en la sobremesa de los hermosillenses eran los prudentes para el caso: “pobre mujer, pero quién le manda, a quién se le ocurre aventarse así al agua” o “pobrecilla, pero ella tuvo la culpa.”

Pero Engracia murió sin culpa. En una ciudad donde llueve poco, en una ciudad donde pocos son tan buenos como ella, murió así, sin chiste. Y sin culpa. El sábado a media mañana fue la misa de cuerpo presente. El Santuario del Divino Niño la acogió y entre amigos, vecinos y familiares, estaba a lleno reventar. Fue sobrecogedor ver a tanta gente tan triste, tan incrédula por su partida, reunida para despedirla; al sacerdote se le entrecortaba la voz cada vez que la mencionaba, nadie pudo dejar de sentirse invadido por una extraña mezcla de melancolía, angustia y algo de coraje.

¿Qué será ahora de los nietos-hijos de Engracia, de su marido-hijo?, ¿Qué pasará con sus chamacos infractores?

¿Qué será, Engracia, de todos nosotros sin ti?

Redacción Libera Radio.