Esos fueron los meses más tranquilos para el pitufo; nadie lo molestaba, los niños de la calle decían que el bastón de Don Cheque se convertía en un cuchillo parecido a una espada y preferían dejarlo en paz. De pronto un día Don Cheque no apareció más.

Capítulo X de la novela “Desde Lejösburgo”, de Jorge Tadeo Vargas.

ninos_copiaNadie sabía cómo había llegado. De pronto apareció por el Jardín así como aparecían muchas otras personas; con la diferencia que él aun no era una persona; era un niño que a lo mucho tendría nueve años, aunque nunca nos quiso decir su edad. Su nombre nos dijo que era Arturo, sin apellidos, sin alguna otra de información. No sabíamos de donde venía, ni como había llegado.

De pronto apareció una mañana muy cerca de los jubilados con los que se convirtió en su “mandadero” particular. Se aparecía a las siete de la mañana y comenzaba a ir con cada uno de los viejos que pasaban la mañana en el jardín; en una pequeña libreta anotaba lo que le pedían, tomaba su dinero y corría a los distintos negocios de comida principalmente por café y pan de dulce. Después se sentaba en un yucateco a desayunar y contar sus propinas. A veces, si se me hacía tarde para la escuela pasaba a saludarlo y lo acompañaba a desayunar; aunque le preguntaba por su familia, él siempre era muy hermético sobre ese tema; el cual lo cambiaba rápidamente para hablar de mi patineta y si era difícil usarla. Traté de enseñarle; incluso le regalé una pero no pasaba el tiempo suficiente con él para que aprendiera, aunque sí logró hacer algunos trucos muy básicos.

Lo mismo pasaba por las tardes que comenzaban a llegar otros viejos o los mismos de la mañana que regresaban a ver a las prostitutas que se iban acercando a su zona de trabajo. El mismo procedimiento; anotar en su libreta e ir por lo que le pedían. Por las noches desaparecía. Nadie sabía a donde dormía; si regresaba a su casa; solo lo veíamos llegar por las mañanas e irse por las noches. Como un duende; de ahí que uno de los viejos le pusiera el apodo de pitufo; el cual el adoptó con mucho cariño.

trabajo_infantil-2-e1383257343900Su vida en el Jardín era complicada; claro que tenía la aceptación de muchos de los que pasábamos el día ahí; pero si se trataba de los otros niños o jóvenes de la calle no era igual; el pitufo intentaba mantenerse fuera de todo el ambiente de las drogas y la violencia; iba a trabajar, eso lo ponía en riesgo ante los grupos de niños de la calle que deambulaban por la zona viendo que podían sacar, a quien podían robar y mendigar algo para comer o comprarse solventes para drogarse.

El ambiente era muy adverso especialmente para el pitufo que conseguía buenas propinas; las cuales muchas veces las tuvo que defender a golpes contra niños mayores. Incluso recibió algunas golpizas grupales para quitárselas. Corrió con suerte de no terminar muerto defendiendo su sueldo. Algunas veces prefería quedarse cerca de nosotros para que lo defendiéramos. Al ser mayores imponíamos cierto respeto. No siempre era así; al contrario, la mayor parte de los días tenía que buscar cómo defenderse de los ataques y del robo del dinero. Cuando le sugeríamos que lo podíamos acompañar para que no le pasara nada salía contraproducente, dejaba de buscarnos por días y cuando regresaba, lo hacía con las marcas de las golpizas en su cara. Era mejor no decirle nada y dejarlo que pasara un rato con  nosotros hasta que se sintiera seguro.

Como a los seis meses más o menos de haber llegado uno de los viejos se encariño con él; le daba las mejores propinas, lo invitaba a comer; incluso trató de muchas maneras de que regresara a la escuela; le decía que le pagaría el doble de lo que ganaba de propinas al día solo por regresar a la escuela; el pitufo solo sonreía y le decía que no; que era muy burro y solo iba a la escuela a perder el tiempo, que aprendía mas ahí con ellos.

IMAG2117Don Cheque era un viejo jubilado de ferrocarriles que no tenía más familia; llegaba al jardín todos los días a las siete de la mañana y se iba hasta las siete de la tarde. Pasaba el día platicando con los demás viejos o leyendo viejas revistas de vaqueros. Cuando apareció el pitufo le pedía que se quedara platicando; a veces lo hacía, dependiendo del trabajo que tuviera. Algunas otras incluso acompaño a Don Cheque a la parada del camión. También le tenía cariño. Esos fueron los meses más tranquilos para el pitufo; nadie lo molestaba, los niños de la calle decían que el bastón de Don Cheque se convertía en un cuchillo parecido a una espada y preferían dejarlo en paz.

De pronto un día Don Cheque no apareció más. Nadie supo a ciencia cierta que paso; solo no regreso a su banca en el jardín. Yo busqué en la nota policiaca de los periódicos para ver si había muerto; pero nada. Simplemente desapareció. El pitufo las primeras semanas se sentaba en la banca a esperarlo. Con el paso de los meses lo olvidó y continuó su vida; igual que todos. No era el primero que desaparecía y sabíamos que no sería el último. La vida continuaba.

Para el pitufo fue más difícil que para el resto; le tenía cariño a Don Cheque además que en esos meses se convirtió en su protector. Al desaparecer regresó a las peleas; a las huidas para protegerse; a buscar que el daño físico fuera mínimo. Las pocas veces que intenté hablar con el sobre Don Cheque, al igual que a las preguntas sobre su familia cambiaba de tema. No decía nada. Su cara que ya reflejaba una enorme tristeza, se ocultaba en la hiperactividad común de un niño no mostraba ningún cambio; el cambio solo se veía en que se alejaba un tiempo de mí. Con el tiempo dejé de preguntarle y tratar de hacerlo pasar un buen rato. Sabía que no me ganaría su confianza por más que lo intentara; así que hice lo mejor que podía hacer y lo dejé de hostigar. Todos dejamos de tratar de ver de dónde venían para aceptar que era parte del Jardín; que andaría por acá y un buen día desaparecería como ocurrió con muchas personas que conocí en este espacio.

Smurf characters adorn many of the walls in Juzcar. Tourists come from around the world to see the world's first ever "Official Smurf Village."

No sé cuándo pasó. Los tres años que anduve por ahí lo vi crecer. Ya no era solo el mandadero de los jubilados, lo vi tener un par de trabajos más; lavando los carros de los clientes de los boleros; haciendo algunas compras para los restaurantes de la zona, incluso comenzó a trabajar con las prostitutas haciendo lo mismo que con los viejos. En estos tres años el vio pasar a muchos niños y jóvenes en situación de calle; en ese tiempo se ganó el respeto, dejaron de molestarlo.

Cuando yo me fui a la universidad el seguía por ahí. El Jardín era su territorio, sabía todo lo que pasaba en él y sus alrededores; pero como siempre se mantenía callado. En mi primer regreso lo vi. Platicamos. Me preguntó si aún patinaba. No hablamos de nada importante pero cuando me despedí de él; me abrazó y me dio las gracias; al preguntarle porque – Fuiste mi único amigo – fue su respuesta. – Aún guardo la patineta que me regalaste en casa – Un “me da gusto” fue mi respuesta. “No la patineta; saber que tienes casa”. Sonrió y se alejó de mí. Nunca más lo volví a ver.