Por Pelao Carvallo.

Todo mundo fue a la Marcha Más Grande, convocada el viernes 25 de octubre a las 5 de la tarde. En realidad, empezó 2 horas antes y concluyó no se sabe a qué hora porque, por ejemplo, a las 10 15 de la noche seguía gente marchando de vuelta a su casa por Pajaritos hacia Maipú.

La marcha fue ante todo una gran reunión en la que las familias, los grupos de amigos, las organizaciones, movimientos, barras, se encontraron a hablar, gritar, saltar, expresar sus ganas de que todo cambie, pero ya. Fue una marcha muy diferente, puede que durante un momento haya habido una cabecera, que después fue un centro, un eje y para las 5 de la tarde se había disuelto en un magma humano sin cabecera, sin principio ni fin. Así de grande era.

Tan grande era que había sectores que estaban siendo fuertemente reprimidos por los pacos (Carabineros) y en el resto nadie se enteraba. La marcha casi no marchó, se movió como un remolino sobre sí misma, encantada de encontrarse, de hablar, exigir y celebrar. Porque junto a las exigencias había, por ejemplo, cerveza. Pero sobre todo había solidaridad, gente mojando los pañuelos y ropas de la gente con líquidos para combatir el gas lacrimógeno, otras repartiendo agua gratis.

Con todo era difícil encontrarte con gente conocida, pero muy muy fácil encontrarte con gente desconocida. La rabia, el cansancio, el hartazgo y el humor predominaba en la marcha. La gente expresaba rabia por la represión, cansancio porque toda esta crisis recae una y otra vez sobre las más pobres, hartazgo porque las soluciones que se proponen no son más que un reforzamiento de los negocios de los mismos de siempre. El humor, porque hay que reírse pues, si no todo es muy fome.

Los cantos, los gritos, las consignas expresaban las demandas de la gente: que los milicos vuelvan a los cuarteles y dejen de matar o se mueran, cualquiera de las dos; que los pacos dejen de reprimir y torturar o se mueran, cualquiera de las dos; que los ratis (PDI) dejen de sapear y torturar. Que haya justicia para las muertas y los torturados, los heridos y las mutiladas. Que se acabe el toque de queda. Que se acaben todas las referencias a la dictadura. Que bajen todas las cosas. Y si, los partidos impulsan que renuncie piñera y que haya asamblea constituyente, eso no molesta a la gente. Que la salud, la educación, el transporte sean gratuitos o al menos baratos. Que las pensiones sean dignas y la dignidad tiene un precio.

La manifestación tenía su banda sonora, puesta por vecinos mediante parlantes desde sus balcones, o por ciclistas en sus mochilas y músicxs que tocaban mientras marchaban. La banda sonora se centraba en los prisioneros y una mezcla entre música ochentera y setentera.

La marcha no fue pacífica, tampoco fue violenta. No estuvo en esas categorías. Siendo un poco carnavalesca y muy performática podías ver muchos tipos de expresiones artísticas, de formas de expresarse, de presentar la queja o la demanda o de presentarse unx mismx para decir: aquí estoy, esta es mi presencia y mi ayuda a la causa: el obrero de la construcción, la estudiante de medicina, el mapuche, la feminista de pañuelo verde, las familias con sus wawas, esta marcha planteó otra cosa: acá está toda la ciudad, quien no vino es porque alguien tiene que cuidar a lxs cabrxs chicxs y a lxs ancianxs y enfermxs. Esta ciudad no quiere más lo mismo. No más una ciudad jerarquizada, clasista, separada.

Porque a la hora de volver de Plaza Italia, el centro de la red de la araña, los cuicos (chetos, fresas) lo tenían muy fácil. Quienes viven en los barrios marginales y pobres debieron hacer otra gran y larga marcha a sus casas. A las 6 de la tarde ya no había micros (buses, bondis, colectivos, peseros), lo que es otra forma de reprimir, castigar e impedir expresarse a las pobres. Y caminamos de vuelta, una larga marcha desde el centro de la ciudad hasta la lejana Maipú.

Pelao Carvallo desde un Santiago de Chile en lucha consigo mismo
26/10/2019

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