Columna: Todas las respuestas sobre el cuidado de plantas de balcón

Hola, mi nombre es Jonathan y no, no estoy hasta la madre de la preparatoria, ni pienso que mis profesores se creen la verga porque cuidan un kínder llamado salón de preparatoria; tampoco planeo escribir en esta columna sobre mi desafortunada ignorancia geográfica, que mira que eso da para un libro entero, con el título: Zimbabue, -¿eso no es una fruta?-

Este versículo de mi columna con el título extenso la dedicaré a un tema que siempre me ha tenido espantado: la educación en México, vista desde mi experiencia como estudiante, porque aún no hay ninguna escuela que me pague un quinto por hacerla de maestro, desgraciadamente. Este es el primer síntoma que muestra que la educación en el país no es una cosa de lujo, la falta de un Jonathan Maldonado en sus cuerpos básicos.

La segunda es Elba Esther Gordillo, que de momento, no se sabe si está en la cárcel, en su casa o en Las Vegas, comprando bolsos y poniendo botox para cubrir la imperfección que ella llama rostro. Recuerdo que, meses antes de que empezara el circo de su detención, la politóloga mexicana Denise Dresser dijo en un programa que, lo mejor que le podría pasar a México es que esa señora se muriera.

Su comentario levantó mucha polémica en el plato y llegó hasta los hijos de la señora, quienes se mostraron indignados ante las declaraciones, hasta que para saldar la polémica, Gordillo le mandó una rosa a Dresser pidiéndole borrón y cuenta nueva.

Sin embargo, lo que dijo Dresser no es algo que deba de opacarse por haberse pasado de la línea y pedir su cabeza. Gordillo ha controlado la educación desde 1989 (casi 5 sexenios) y aunque reconozco que no es la única culpable, su ineptitud y egoísmo son un reflejo de lo que hace cada eslabón del sistema educativo, que luego se vuelven en los eslabones que mueven a la sociedad.

No creo que sea un problema de capacidades. México no es ningún país con carencias en capacidades, sino un país en donde se han subestimado las mismas y carecen de reconocimiento, no son enfocadas de una forma correcta, por ende, no hay compromiso ni interés en formar el sistema educativo que merecemos.

Esta responsabilidad no recae en el poder sindical de esta mujer (o alienigena), no en los maestros, no en los alumnos. Recae en todos.

Hablemos de mi propia experiencia, que es lo que tengo más a la mano: mi nombre es Jonathan, tengo 26 años, si bien fui alumno de “10” (si es que eso importa en algo), cuestiones básicas como la ortografía, la literatura o historia, no me interesaron durante la primaria, secundaria y preparatoria. No al menos en cuanto a lo que veía en un salón de clases.

Salvo algunas excepciones, que son oro en medio de la podredumbre, he tenido muy pocos maestros involucrados. Quizás todos eran profesionistas frustrados o estaban ahí por el dinero, para la plaza y para ser algo, que nunca quisieron ser.

Durante toda mi educación preuniversitaria, jamás salí de los mismos temas de español básico, uso de los acentos, el uso de la g y la j, que es un mito, que es una leyenda y qué es un cuento, era como ver el mismo capítulo de la serie de Netflix una y otra vez, jamás se exigía 

más, nunca existió una intromisión en la clase al sentido de la literatura hispanoamericana, o nunca vi ninguna asignatura de contenido lingüístico que explique el porqué de las reglas ortográficas o sintácticas que permitieran a un ser humano común escribir verdaderas cartas, cuentos o escritos académicos.

En mis clases de francés, en la Alianza Francesa, me dijeron que los franceses escriben

cartas para todo, para solicitar empleo, para renunciar, para solicitar servicio de cable o para registrar una queja bancaria. En México, desde la llegada del messenger en el 2000, las personas dejaron de escribir cartas de amor, que es, a lo más que llegaba nuestros poderes de redacción.

Personalmente, me regañaban por no usar bien las comas y acentos, pero nadie se interesaba por por formar un criterio personal, por pedirnos que articulemos argumentos más allá de un sí o un no, que hay de provocar en los alumnos un interés hacia la materia que imparten, por gusto, porque, hasta lo que se, la Secretería de Educación Pública (SEP) no les pone una pistola en la cabeza para que se encierren con personas en un salón de clases a hablar sobre Alejandro Magno o las capitales del mundo.

Sobre todo, creo que hay con involucrarse y decirle a un alumno con posibilidades para las matemáticas o para el español cuales son las opciones que tienen para desarrollarse como pueden. ¿Qué pasaría si los maestros aprendieran a identificar a los alumnos problema y enfocaran su energía en otros campos?

Quizás si dejáramos de ser números de lista para nuestros maestros y para las instituciones académicas o incluso para nosotros mismos. Si nos concentramos en ser personas en vez del número 15 o el número 16.

Quizás si dejáramos de ser el número de nuestras calificaciones, que, se supone regirán toda la vida, pero la verdad es que poco dice de ti si tienes un 10 o un 5.

Quizás si dejáramos de ser una cifra económica, la de la colegiatura, si dejáramos atrás la idea de que la educación es un negocio y pudiéramos concentrarnos en aprender.

En este punto, no es sorprendente el nivel de universidades patito que ha salido al mercado últimamente. Me da mucha risa y tristeza, ver como en las salidas de las universidades públicas, el día de los resultados, hay personas de relaciones públicas de estas instituciones repartiendo folletos a los rechazados.

¿Se ha puesto de moda estudiar la universidad?

Actualmente hay universidades a cada esquina, una avalada por tal o cual sistema inglés, francés o canadiense (porque desde Trump, Canadá es el nuevo sueño americano, al menos para la clase media que aspira a ser alta), todos dentro de la SEP, obviamente.

Las universidades, sobre todo las de paga, se han vuelto un negocio en donde es mejor perder horas, dinero y capacidad mental, estudiando una de sus “carreras rápidas en cuatrimestres” que no estudiando en absoluto.

Una amiga siempre dice, las personas que van a la universidad son las que necesitan aprender algo. Quizás la universidad, y el ambiente académico en general no es un lugar donde todos deberían de buscar vida. ¿Por qué forzarse a sobreproducir administradores de pequeñas y medianas empresas?

La educación, más que un nivel académico, es parte de un sistema de castas en donde, después de la universidad pública, todas las demás personas compiten por estar en la universidad más cara, o al menos en la que sus posibilidades les permitan. Lo importante es el título, pues se ha esparcido el rumor de que es de pobres no tener una carrera, la que sea y como sea; y peor, es de marginales tener preparatoria trunca.

No digo que apoye a la Mars (si es que sigue siendo relevante esta referencia) en su ‘decisión’ de salirse de preparatoria, y meterse condones por la nariz, pero, ¿por qué pensar que la universidad cambiará nuestras vidas? ¿qué tal que estamos cortando las posibilidades del campo de México para crear una generación de doctores, ingenieros y licenciados, todos desempleados, o taxistas o vendedores de pozole en domingo?

El punto no es ser clasista y decir que existen personas para la universidad y personas para el campo, más bien es darle la oportunidad a todos de estudiar hasta donde quieran, pero, sin discriminar a nadie que ha decidido dedicarse a otra vida fuera del ambiente escolar. La educación no define en dónde terminarás, tan simple como eso.

En mi generación había una mayoría de alumnos monosílabos-repetidores, ¿saben de cuáles? De esos que su respuesta es un sí o un no, o esperan a que alguien, muchas veces el profesor, responda la cuestión para repetir después de ellos lo que dijeron. No hay debates y no estamos formando nada más que ovejas, adiestrando humanos que se limitan a seguir el flujo.

En mi experiencia y algunos de mis amigos, estudiando en el extranjero, siempre los mexicanos ponemos más empeño en nuestros trabajos. Pero, también quedé sorprendido en la capacidad de debate, de interrogación y refutación contra el profesor. Las clases eran un campo de batallas, en donde no sólo existía lo que decía el que estaba frente, sino miles de versiones de las personas que atendían la clase.

Los alumnos, en este punto, somos los culpables de no crear lo más importante que se debe de crear en un mundo académico, no, no son hojas y hojas de ensayos, trabajos e investigaciones, son ideas, teorías, conceptos, teoremas, innovaciones, descubrimientos.

Ideas diferentes que, al menos en el sistema de educación mexicano, se esmeran en sobajar, para seguir con el adiestramiento dentro-de-caja. Esto pasa en la actualidad desde edades muy tempranas, como el hijo de una amiga, que en primer grado fue diagnosticado con “exceso de imaginación” por la psicóloga escolar y por la maestra de educación especial, tras preguntarse en voz alta cuánto mediría la cola de un cocodrilo de aquí hasta la luna.

Las maestras pensaron que era un delirio y decidieron llevarlo al psicólogo y hablarle a la madre.

Otra amiga fue llamada por la maestra, porque su hija (de cuarto de primaria) había hecho algo muy malo: estaba dibujando y además de aplicar los colores que no eran “correctos” se salió de la línea mientras dibujaba.

Mi maestro de maestría (y tutor de ese momento), nos advirtió al principio de la clase que no deberíamos de ir ebrios a sus sesiones. Era a las 7 de la mañana. Tras 2 semanas de verlo cantar huahuancó, acosar a nuestras compañeras cubanas, molestar a mi amiga venezolana diciendo que lo mejor de Venezuela fue Chávez y Maduro o insultando a las mujeres y a la comunidad LGBTT, comprendí por qué personas necesitaban estar colocados para sobrevivir su clase.

No dudo que, todos estos maestros sigan dando clases, culpen a sus sindicatos o a que los padres o los alumnos no hacen mucho para cambiarlos. Pero siguen ahí, viviendo una vida miserable, casi al nivel de secretaría del Seguro Social, quejándose porque quieren hacerles pruebas de aptitudes, en vez de exigirse ser mejores cada día.

Estoy seguro de que no es una mala idea aplicar exámenes de aptitudes, ser maestro es una responsabilidad enorme, al igual que ser político o presidente de la república, personas a las que también se les debería de pedir algún examen de capacidades y aptitudes para el puesto.

Y ya estando, otro para medir sus niveles de demencia senil.

La vida académica no puede sobrepasarse sin construir paraísos académicos artificiales, ser autodidacta, lo cierto es que el internet no te deja ninguna excusa para ser ignorante. Ya si prefieres serlo, no es culpa de ningún sistema, sino de tu propio interés, reconocimiento, compromiso y dedicación.

Necesitamos personas más involucradas con su trabajo, tanto de maestros, como de alumnos, personas que vean el trabajo como algo más que una plaza de por vida, necesitamos profesores que no vean a la educación como negocio o como un hastío, sino como una profesión, su profesión, en donde cada día es una oportunidad para poder transmitir conocimientos y más que eso, inspirar a los jóvenes a lograr algo más de sus vidas.

Necesitamos cambiar de actitud y hasta que eso pase, seguiremos viviendo en un triste capítulo de La Educación, una historia de horror mexicana.