Esta es la historia de los afectados por la escasez aguda de agua potable en un ejido en la Comarca Lagunera de Coahuila y el proyecto federal de una planta potabilizadora que los vecinos consideran como una iniciativa destinada al fracaso.
Vanguardia

Texto y fotos Diego Santana, Ilustración principal: Edgardo Barrera

*Este reportaje forma parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte, un proyecto del International Center for Journalists, en alianza con el Border Center for Journalists and Bloggers.

Ni los baches ni el camino de terracería impiden a dos “piperos” llegar hasta el ejido de San Patricio, en el municipio de San Pedro, Coahuila. Aquella pipa que conducen luce un aspecto deteriorado, oxidado y de los bordes inferiores escapan chorros de agua que se evaporan  con solo caer al pavimento.

Es cuestionable si el líquido que contiene dentro es potable. Y más aún, pensar que aquella pipa, con 10 mil litros de capacidad, pueda suministrar agua a una comunidad de cuatrocientas personas.

Ante la incapacidad de la infraestructura hídrica del municipio, las pipas tienen la función de llevar agua a todas las localidades de San Pedro.

Al llegar a la plaza principal de San Patricio (un terreno en desertificación delimitado por unos cuantos mezquites) el chofer de la pipa frena de golpe cuando un grupo de diez mujeres llega corriendo de las esquinas, y lo rodea para evitar que siga avanzando.

— ¡No se irán de aquí hasta que nos den agua a cada uno! — exclama una de las mujeres, estirando los brazos frente al vehículo.

— Les va a caer la patrulla si no se hacen para un lado— grita uno de los piperos, mientras las otras mujeres escalan a la parte superior del camión. Pasaron quince días desde la última vez que recibieron agua y nadie más regresó. El enojo de las mujeres, combinado con los 37 grados de temperatura, agudiza el enfrentamiento con los piperos, quienes ya llamaron a una unidad de la Policía Municipal.

Una persona de la comunidad muestra el moho verdoso que se encuentra en la superficie de la única agua que existe para el consumo en todos los ejidos a la redonda de San Pedro, Coahuila.

Cinco minutos después del asalto, los habitantes descargan el agua de la pipa por medio de mangueras hacía contenedores y tinacos. Niños y niñas llegan corriendo con cubetas en mano, y regresan para llevarlas a sus casas en el desierto.

Una que otra mujer jala del cabello a las demás, otras empujan, se abren paso, sueltan pellizcos y patadas, es una avalancha de cuerpos que transpiran maldiciones a gritos y resuenan por la calle para obtener 10 litros de agua.

La Organización Mundial de la Salud dice que una sola persona requiere de cien litros de agua al día para satisfacer sus necesidades en consumo e higiene. Pero en una comunidad como San Patricio, donde en promedio habitan cinco personas por casa, tienen que sobrevivir con menos de cincuenta litros de agua al día. Esto, en el mejor de los casos.

Bien dice por ahí la gente de San Patricio: “por el agua, no existen ni amigos, ni vecinos, ni familia”.

La guerra por el agua terminó con la llegada de la patrulla y la promesa de una segunda pipa suministradora durante el transcurso del día. Promesa que expiró una semana después, siete días, 168 horas sin agua.

Todo nace de un sueño o una necesidad

Hace 50 años, en la Comarca Lagunera se extraían entre 80 y 100 litros de agua por segundo de pozos con una profundidad de 20 metros. Hoy en día, es necesario llegar a los 300 metros de profundidad para extraer únicamente de 30 a 40 litros por segundo.

De acuerdo con la Conagua en el documento “Disponibilidad de Acuíferos” publicado en 2015, en la zona existe un fuerte desequilibrio en materia de agua, debido a la extracción de mil 222 millones de metros cúbicos al año, en comparación con los 500 millones de metros cúbicos que se recargan del líquido al subsuelo.

Del total de extracción, el 90 por ciento se destina al sector agroalimentario y agroindustrial de la región, mientras que el 10 por ciento de los pozos se destina al consumo humano de la Comarca Lagunera, donde se ubican más de 1.3 millones de personas, según el INEGI

Los habitantes de San Pedro saben muy bien lo que es vivir sin agua; lo han padecido desde que tienen uso de razón. Durante cien años, generaciones han nacido, y han muerto, esperando la llegada del vital líquido.

Entre esas generaciones nació Miguel Ángel Hernández Muñiz, hoy ‘abogado del agua’. Tenía 18 años cuando despertaba a diario a las cuatro de la mañana para ir a estudiar a la Facultad de Derecho en Torreón, a 80 kilómetros de distancia.

Si tenía suerte, agarraba un bote de un litro de agua para poder asearse, y caminaba hasta la parada del camión, siempre abarrotado de estudiantes y trabajadores somnolientos que cargaban con 14 horas de trabajo diarias y en su mayoría, sin bañarse.

—El bullying era despiadado. No te la acabas cuando se descubría que un estudiante iba sin bañarse, y entre todos le gritaban que olía a mierda—manifiesta Miguel, al recordar el trauma psicológico que le causó no tener agua; ir todos los días a un salón de clases a convivir con más de cien estudiantes, y sentirse sucio y maloliente todo el tiempo.

Miguel Ángel, como la mayoría de los sampetrinos, anhelaba una mejor vida en donde las necesidades básicas, como el agua, estuvieran a su alcance. Conforme fue creciendo, se dio cuenta de que debía salir de San Pedro para encontrar aquellos sueños de superación que tanto deseaba, entre ellos, ser abogado.

Hoy, Miguel, con 42 años, es el director general del Centro de Investigación de Agua y Derechos Humanos, y lleva el trámite de más de 300 amparos de vecinos de distintas colonias en toda La Laguna por el desabasto de agua, consecuencia de la falta de acción por parte de las autoridades municipales para atenderlo.

—Todos los proyectos en las vidas de las personas surgen de sueños o de necesidades — dice Miguel, mientras maneja sobre la carretera Torreón-San Pedro, el destino: el ejido de San Patricio.

Hace un mes, una mujer contactó al abogado pidiéndole ayuda; su madre, de la tercera edad, con artrosis de rodilla, tenía más de quince días sin agua, y las pipas que iban se negaban a suministrar el líquido a toda la comunidad.

Agua almacenada durante quince días en la vivienda de Roberta de la Rosa. En el agua se distingue un color verde, con rastros de moho, y larvas nadando al fondo.
La laguna más grande que un día fue

Pasando sobre una carretera rodeada de campos verdes agrícolas, cerros pelones, y tierras despobladas, a unos cuantos metros de distancia se observa el trayecto de agua de un canal artificial de riego, proveniente del río Nazas.

— No te dejes engañar, es gracias a las últimas lluvias por el que ves todo verde y que anda jalando el canal, si no, estaría todo seco — lanza Miguel con una risa irónica.

En los últimos meses, México sobrellevó una de las peores sequías de la última década, que impactó el 85 por ciento del territorio nacional. En el zona sur de Coahuila, se reportó la peor sequía en los últimos nueve años, de acuerdo con la Comisión Nacional del Agua.

La Conagua también informó que en el área territorial del Organismo de Cuencas del Norte –que comprende a la región de La Laguna– se registró 31.4 por ciento de sequía extrema: pérdidas mayores en cultivos y muertes de vacas por hambruna; 65.4 por ciento de sequía severa: dejando escasez de agua e incendios,  y 3.2 por ciento de sequía moderada: niveles muy bajos en ríos, embalses y pozos.

— Mira, el Mayrán— señala Miguel mientras conduce sobre un puente metálico que cruza un inmenso terreno desértico — el origen de nuestra tierra.

Nos encontramos en el último tramo del río, antes de que su curso natural desembocara en lo que fue la Laguna de Mayrán, en el municipio de San Pedro, considerada hace 30 años como la laguna más grande de Latinoamérica.

Actualmente, la laguna no es más que un desierto que se pierde en el horizonte, debido a la construcción de las presas y la sobreexplotación de los mantos acuíferos.

La “Comarca Lagunera” debe su nombre a trece antiguas lagunas que se encontraban en la región; una zona que abarca cinco municipios del Estado de Durango y cinco municipios del Estado de Coahuila; Torreón, Matamoros, Francisco I. Madero, Viesca y San Pedro.

México está dividido en 731 cuencas hidrológicas, es decir, áreas geográficas por donde transita el agua hacia una corriente principal. Son las cuencas de los ríos Nazas y Aguanaval las que irrigan a La Laguna, y ambas cuencas se dividen a su vez en cuenca alta, media y baja, respectivamente.

El Río Nazas, llamado por los locales como Padre Nazas, tiene su origen en la Sierra Madre Occidental. Allí, en el origen del río, se encuentra la cuenca alta y es en donde fue construida, en 1942, la presa captadora “Lázaro Cárdenas”. Hoy, su disponibilidad de agua no supera ni el 50 por ciento.

El río sigue su cauce natural en su cuenca media, hasta llegar a la cuenca baja donde fue construida la presa Francisco Zarco en 1968, llegando hasta la represa de San Fernando, en Lerdo, Durango, muy cerca del área urbana.

El pasado abril de 2021, el  Comité Nacional de Grandes Presas de la CONAGUA informó que de los 210 principales embalses (depósitos artificiales de agua) que hay en México, ninguno alcanza el 100 por ciento de llenado.

Cuando el agua llega a Lerdo, ésta es enviada hacia una red de canales artificiales encargados de llevar el recurso de riego hasta las diferentes zonas agrícolas de la Comarca Lagunera. Y es también en este punto, donde el padre Nazas se convierte en un lecho seco por el resto del año. El padre Nazas convertido en un contenedor de basura en el que diariamente cruzan millones de personas.

El agua de la cuenca media del Río Nazas es almacenada en la presa Francisco Zarco en el municipio de Lerdo, Durango.
Los verdaderos afectados.

La primera postal que se tiene al llegar a una comunidad rural de San Pedro: casas de ladrillo cayendo a pedazos, calles sin pavimentar, perros flacos hasta los huesos deambulando por restos de comida. Puertas principales improvisadas, huecos parchados con madera y mezquites escondidos.

Los árboles son opacados por decenas de tinacos Rotoplas. Por cada árbol, hay seis tinacos, de distintos tamaños en las entradas de las viviendas. Y de cada seis tinacos, sólo uno contiene agua hasta el tope.

En la plaza principal de San Patricio, debajo de un gran mezquite, se va formando un grupo de vecinos. En medio está Miguel Ángel, con una carpeta en sus manos, esperando reunir a la mayor cantidad de personas.

Luego de unos minutos, Miguel les explica que pertenece a una asociación civil de carácter social encargada de garantizar a personas en vulnerabilidad, su derecho al acceso al agua mediante un proyecto llamado “Litigio Estratégico”.

El proyecto se encarga de demandar al municipio, luego de interponer un juicio de amparo ante el Poder Judicial de la Federación, gracias a la recopilación de sus firmas.

El gobierno, junto al Sistema Municipal de Aguas y Saneamiento, estarán obligados a suministrarles agua durante las próximas 24 horas.

Dentro de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en el artículo 4, se especifica que es derecho fundamental de toda persona, el acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico en forma suficiente, salubre, aceptable y asequible.

Más de la mitad del pueblo no sabía que el agua es un derecho que les corresponde por obligación.

En cuestión de segundos, los vecinos hacen una fila con la documentación requerida para firmar, que incluye una copia de su identificación oficial y un comprobante de pago para confirmar que están registrados ante SIMAS, y de uno en uno, van firmando la hoja que, esperanzados, pueda resolver su mayor preocupación.

Lilia, de 43 años, y Rosa, de 30 años, están formadas, y llevan viviendo más de veinte años en San Patricio. Afirman que desde que llegaron, han batallado con el agua en sus hogares.

—La poca agua que tenemos, parece de desagüe. Está salada y cubierta de moho. Se baña uno y parece que se echó sal—dice Lilia, y ambas mujeres sueltan una carcajada — ahí andamos todas con los pelos bien tiesos, bien sebosas, con la piel reseca.

—Con esa agua cocinamos los frijoles, limpiamos, nos bañamos, lavamos trastes, y hasta pues para tomarla, cuando tenemos mucha sed— dice Lilia— Mi hijo chiquito se enfermó por beber del agua toda puerca. Tenía la panza inflamada, con temperatura y no podía moverse. Nos dijo un doctor que tenía una infección muy fuerte, y toda la noche estuvimos cuidándolo, con el miedo de que se nos fuera a morir.

— Por eso tenemos que caminar al ejido más cercano, casi cuatro kilómetros, entre ida y vuelta, para ir por los garrafones con agua limpia— interrumpe Rosa— Un solo garrafón no dura ni un solo día.

—Y mire, aquí se paran los de SIMAS—señala Lilia en dirección a Miguel Ángel, que está recargado en un auto mientras recolecta las firmas— Cada mes nos cobran los recibos. Y así como estamos formados, venimos a pagar. Nosotros les decimos “oiga es que las pipas no nos quieren dar más agua”, y nos contestan con “No, espérenme, es que no tenemos más pipas”.

—Cada mes es lo mismo. Nosotros estamos al corriente. No tenemos ningún adeudo— señala Rosa, mostrando el recibo de pago con un monto de setenta pesos — Uno paga con tal de que le den el servicio. Pero ¿cuál servicio? ¿Qué estamos pagando si ni agua hay?

El sol del mediodía cala en la piel, pero no es impedimento para que mujeres, hombres y adultos de la tercera edad sigan llegando; algunos hacen llamadas telefónicas, otros corren de un lado a otro, pasando la voz de que, el abogado del agua está ahí.

Después de una hora, se logran juntar ochenta firmas. Ochenta familias. Ochenta nuevos  juicios de amparo.

Ahora, Miguel se predispone a ir a los hogares de las personas mayores, que por sus condiciones físicas y de salud, les ha sido imposible ir a formarse.

Vivienda de un ejido de San Patricio, con tinacos vacíos en el patio. Los vecinos esperan la llegada de las pipas de agua cada quince días.
Cien años del problema ‘normal’ del agua

—¿Usted es Roberta de la Rosa Jimenez?—pregunta Miguel.

—Así es—responde la anciana, sentada sobre un colchón para reposar sus rodillas, y lo observa a través de unos anteojos. Las arrugas, el cabello canoso, y sus brazos regordetes desbordan sus setenta y cinco años de vida.

Miguel le acerca la hoja con firmas y una pluma, y con un tambaleo de manos, Roberta empieza a escribir su nombre.

—Hay veces que solo una vez al mes vienen a traernos agua—dice Roberta con la voz tambaleante, haciendo hincapié en sus palabras—estamos de a tiro, olvidados.

—¿Cuánto tiempo tiene batallando con el agua?

—¡Ay!— Roberta suelta un largo suspiro mientras cruza sus manos, y contiene las lágrimas que, de inmediato, empañan sus anteojos— toda mi vida perra que tengo aquí — suelta una risita que se mezcla con el llanto.

Por cincuenta años, Roberta ha sido una afectada hídrica más.

“Ya les dije que ya nunca les voy a dar agua, ya no me anden molestando”; son las palabras que un pipero le dijo a don Filiberto Vázquez, de setenta y tres años, quien se encuentra en silla de ruedas.

Filberto tiene su casa a la entrada de San Patricio, y para poder acceder a ella se debe bajar por una pendiente de aproximadamente 30 grados.

Los piperos, sin siquiera mirarlos a los ojos, se excusan diciendo que es imposible bajar la pipa, por lo que las hijas y nietos de Filberto corren detrás de ellos, rogándoles por agua, sin éxito alguno.

—Dice el pipero que no puede bajar por la pendiente, que porque se le puede quebrar y no quiere arriesgarse — dice Filiberto, mientras firma lentamente con un garabato la hoja de demanda— nos dice que a la próxima vuelta, y así hasta que pasa casi un mes.

Filiberto afirma que desde que tiene memoria, él y su familia nunca han contado ni con agua potable, ni con el apoyo de las autoridades municipales de San Pedro. A excepción de una época, en 2007, cuando Emilio Bicharra Wong fue presidente municipal de San Pedro, y director de la Comisión de Aguas y Saneamiento de Coahuila.

—La única vez que salió agua de las llaves fue cuando estuvo Emilio. Pero falleció y nunca más volvió el agua— dice Francisca Hérerra, de 70 años, vecina a una cuadra de Filberto.

—Era una época en la que todo San Pedro tenía agua las veinticuatro horas del día— dice el hijo de Francisca, un hombre de 50 años— y luego lo mataron. Digo, luego falleció— concluye sarcásticamente, mientras Francisca afirma con la cabeza.

Emilio Bicharra Wong, murió en 2008 debido al desplome de una avioneta marca Cessna en Ramos Arizpe, y según medios de la época, fue a causa de un desperfecto mecánico. Sin embargo, los locales tienen otras teorías, pues aseguran que aquel que busca combatir la sequía de agua, termina bajo tierra.

Por setenta años, don Filiberto, Francisca y sus familias,  han sido afectados hídricos.

—Estas son las verdaderas víctimas de la sobreexplotación del acuífero. Por casi un siglo, han normalizado la desgracia de vivir sin agua, debido a autoridades incapaces de resolver el problema— reafirma Miguel Ángel.

Vecinos del ejido de San Patricio con Miguel Ángel, en medio. Por más de una hora estuvieron formados bajo el sol para firmar una denuncia ante el municipio de San Pedro, por la falta de suministro de agua.
¿Una solución parcial?

El Gobierno Federal planea construir una planta potabilizadora que pueda dotar de agua libre de arsénico a toda la Comarca Lagunera, a través del proyecto “Agua Saludable para La Laguna”.

La obra pretende abarcar al menos 200 millones de metros cúbicos de agua del Río Nazas almacenada en las presas para transportarla por acueductos a la zona urbana y garantizar el agua potable.